tag:blogger.com,1999:blog-89898749823413012662024-02-19T04:24:27.212+01:00Si dibujo barcos no me hundojorgehttp://www.blogger.com/profile/06232875300341641092noreply@blogger.comBlogger29125tag:blogger.com,1999:blog-8989874982341301266.post-87281901402755765872011-03-29T01:03:00.005+02:002011-03-29T07:54:04.673+02:00ViajePosiblemente estos meses no han sido los más positivos ni los más fecundos, pero me guardo la convicción de que luché. Hubo momentos felices de los que no podré irme nunca; inolvidables señales por toda mi piel y un inconquistable distanciamiento que no sirve para nada; islas desarraigadas de corazón ceniza y una presión de pensamientos autosegregados que suben anárquicos a la cabeza y golpean el refugio. Entonces, este soñador acorazado lucha por dejar libres las lágrimas. Y es que, como dice una amiga también acostumbrada a no cerrar nada, uno siempre deja las puertas abiertas. <br /><br />Me siento al borde la cama. Cierro los ojos y me veo trasladado unos meses atrás. Los abro, me miro al espejo y ahora parezco más pálido y exhausto que de costumbre. No me siento completamente localizado en ninguna parte y no quiero que nadie se entere. No es que me avergüence, pero no puedo mantener todo completamente racionalizado.<br /><br />En la mesa de mi habitación hay esparcidos un puñado de libros, apuntes y una hoja arrancada con un poema. Al otro lado de la avenida Diagonal de Barcelona las sirenas suenan con aversión mientras el cráneo señala hacia arriba a eso que tanto aspiramos. Al fin y al cabo estamos en <a href="http://www.lavanguardia.es/opinion/articulos/20110328/54133217152/noticia-de-la-cuaresma.html">Cuaresma</a>.<br /><br /><a onblur="try {parent.deselectBloggerImageGracefully();} catch(e) {}" href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjuOVkJRFXZCrXasgvjx0GHB-DBMZTYW6gAt_ulY9akDn9iBXPrq5_0PJd80H8pcReHmNVeEM5ThbecxaI0X_ScKKYxIrI9staeXJuGylpHlz6gsPU14KMOnEiDsEC737ovAp3VmjVe6n8/s1600/DSC_4594.jpg"><img style="display:block; margin:0px auto 10px; text-align:center;cursor:pointer; cursor:hand;width: 320px; height: 320px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjuOVkJRFXZCrXasgvjx0GHB-DBMZTYW6gAt_ulY9akDn9iBXPrq5_0PJd80H8pcReHmNVeEM5ThbecxaI0X_ScKKYxIrI9staeXJuGylpHlz6gsPU14KMOnEiDsEC737ovAp3VmjVe6n8/s320/DSC_4594.jpg" border="0" alt=""id="BLOGGER_PHOTO_ID_5589274623154550194" /></a>Hoy mataré el tiempo antes de dormir leyendo un fragmento que incluye uno de mis poemas favoritos, escrito por Alekos Panagulis, un-hombre-con-todas-las-letras cuando estaba perdido en el silencio más delgado de Boiati.<br /><br /><blockquote>«¡Alekos! ¿Qué es?» «La poesía que prefiero, Viaje. Te la he dedicado, mira: ahora figura tu nombre como título.» Luego me la traduces con aquella voz que destripa el alma.<br /><br />"Viajo por aguas desconocidas en una nave<br />semejante a millones de otras naves<br />que vagan por océanos y mares,<br />siguiendo rutas y ateniéndose a horarios perfectos.<br />Y muchas más,<br />también muchas más<br />amarradas en los puertos.<br />Durante años he cargado esta nave<br />con todo lo que me daban<br />y que yo tomaba con gozo sin límites.<br />Luego,<br />lo recuerdo como si fuera hoy,<br />la pintaba con colores radiantes<br />y permanecía atento<br />para que en ningún lugar cayera una mancha.<br />La quería bella para mi viaje.<br />Y después de haber esperado tanto, tanto<br />llegó por fin la hora de zarpar.<br />Y zarpé..."<br /><br />Aquí te interrumpes, me explicas que el viaje es la vida, que la nave eres tú; una nave que nunca ha arrojado el ancla, que nunca arrojará el ancla de los afectos, de los deseos, ni el ancla de un merecido descanso. Porque no te resignarías nunca, no te cansarías nunca de perseguir el ensueño. Si te preguntara qué ensueño, no sabrías responderme: hoy es un ensueño al que das el nombre de libertad; mañana podría ser un sueño al que llamar verdad. No cuenta el que sean o no objetivos reales; cuenta el perseguir el espejismo, la luz.<br /><br />"...El tiempo pasaba y yo<br />comenzaba a trazar la ruta,<br />pero no como me dijeron en el puerto,<br />pues la nave me parecía distinta entonces.<br />Así mi viaje<br />ahora lo veo diferente.<br />Sin ansia de atraques ni de comercios,<br />la carga me parecía inútil.<br />Pero continuaba viajando,<br />conociendo el valor de la nave,<br />conociendo el valor que transportaba..."</blockquote>jorgehttp://www.blogger.com/profile/06232875300341641092noreply@blogger.com5tag:blogger.com,1999:blog-8989874982341301266.post-91476223314960943732011-03-05T20:39:00.008+01:002011-03-05T21:26:39.127+01:00Una lágrima atrapada en la pestañaHace más de un mes que empezó y desde entonces sucede casi cada noche.<br /> <br />Esta semana he vuelto a soñar con un mundo sin sol y a la intemperie. La arrogancia y los escrúpulos –que también son los míos– iban en un barco y querían bajar a tierra firme, allí donde estamos amenazados por la pérdida de sentido común. Seguí soñando con los niños de la guerra, niños de una guerra que siempre es la misma y de una ciudad que es bombardeada todos los días y donde también había héroes y traidores, hombres y mujeres valientes. Quise despertar pero no pude, me hundía en el mismo sueño y lloraba. También yo era un niño y quería apagar mis sentidos, borrar todo instante que fue la última oportunidad para cruzar una puerta, embarcarse y amar.<br /><br />Luego me despierto con una lágrima atrapada en las pestañas. <br /><br />Por eso duermo tan poco.<br /><br /><a onblur="try {parent.deselectBloggerImageGracefully();} catch(e) {}" href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiw3hbaWi3IWYXoyZXXw3Xxhwb4x_0coOP9ZmCYWuhujYThWzvtBJJVTwJdHgyMSSD6OCgrO1aNU3qkbmZ0EsUT6WJMvr6nMY9o2kQXKNIuY_JkmeCB8aEK_5A0i7CAe0wL64dKcfL-bTs/s1600/Barcos+inc%25C3%25B3lumes.jpg"><img style="display:block; margin:0px auto 10px; text-align:center;cursor:pointer; cursor:hand;width: 320px; height: 206px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiw3hbaWi3IWYXoyZXXw3Xxhwb4x_0coOP9ZmCYWuhujYThWzvtBJJVTwJdHgyMSSD6OCgrO1aNU3qkbmZ0EsUT6WJMvr6nMY9o2kQXKNIuY_JkmeCB8aEK_5A0i7CAe0wL64dKcfL-bTs/s320/Barcos+inc%25C3%25B3lumes.jpg" border="0" alt=""id="BLOGGER_PHOTO_ID_5580694449229985618" /></a>jorgehttp://www.blogger.com/profile/06232875300341641092noreply@blogger.com6tag:blogger.com,1999:blog-8989874982341301266.post-44558634731320867872011-02-15T18:14:00.007+01:002011-02-22T10:11:41.023+01:00El juego de la pazHay lecturas que descansan en la trastienda del corazón durante mucho tiempo. <span style="font-weight:bold;">La guerra más cruel</span> de <a href="http://es.wikipedia.org/wiki/Arkadi_Bábchenko">Arkadi Babchenko</a> es una de ellas. Escribió este libro porque no podía llevar la guerra dentro. Este relato es una joya que llena silencios de todo y donde un soldado toca el corazón evocando, entre otras cosas, un piso y la singular compañía de una mujer en medio la crudeza incompresible de la guerra y el infinito desamparo. <br /><br /><blockquote><span style="font-weight:bold;">El piso</span><br /><br />En Grozni tenía un piso. De hecho, tenía muchos en aquella ciudad: lujosos, modestos, algunos con muebles de caoba, otros totalmente destruidos, grandes, pequeños; en fin, pisos de todo tipo. Aunque éste era especial para mí.<br /><br />Lo encontré en el distrito número I, en un edificio amarillo de cinco plantas. Las llaves pendían de la puerta, forrada de piel barata de imitación. Los propietarios las habían dejado allí, como diciendo: “Pasen, pero no lo destrocen, por favor”.<br /><br />No era lujoso, pero estaba en perfecto estado. Se notaba que hasta hacía bien poco había estado habitado; seguramente los propietarios habían huido antes del asalto a Grozni. Era muy confortable y tranquilo, y dentro de él tenía la sensación de que no hubiera guerra. Contaba con un mobiliario sencillo, algunos libros, las paredes forradas con empapelado viejo, alfombras. Estaba muy ordenado y no lo habían saqueado. Incluso los cristales de las ventanas estaban enteros.<br /><br />El día que lo encontré no llegué a entrar. Cuando volví a mi pelotón, no le hablé a ningún compañero sobre el hallazgo, porque no quería que nadie metiera sus manos en aquella parcela de paz ni revolviera los armarios, curioseara las fotografías o rebuscara en los cajones. Tampoco quería que nadie pisoteara los objetos con sus botas, tratara de encender la estufa o destrozara el parqué para obtener leña.<br /><br />Era un remanso de paz, un pedazo de aquella vida tranquila y serena que tanto añoraba. Una vida en la que no había guerra, tan sólo la familia, la mujer amada, las conversaciones a la hora de cenar, los planes de futuro… Era mi piso, sólo mío, mi hogar.<br /><br />Un día inventé un juego. Al atardecer, cuando empezaba a oscurecer, llegaba del trabajo a casa, abría la puerta ‒¡si supierais lo feliz que me hacía abrir mi piso con mis llaves!‒, entraba y me dejaba caer en el sillón. Echaba la cabeza atrás, encendía un cigarrillo y cerraba los ojos…<br /><br />…Ella se acercaba, se acurrucaba en mis rodillas y, con dulzura, apoyaba su cabecita sobre mi pecho.<br /><a onblur="try {parent.deselectBloggerImageGracefully();} catch(e) {}" href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjHGzNgBp4aI5C9aBB4Npg0Afn7f9kitCmeZJ89_D_zaK_DQyuNVKsnyh_2yC3NFWzGch_-gfZKLYMLvx3Q0nPQd08w3hdSDX5qbTET97IqaslabQ2rEDyYJSJK_sx7n4DcN5FP4ZFKlGs/s1600/el+piso.gif"><img style="display:block; margin:0px auto 10px; text-align:center;cursor:pointer; cursor:hand;width: 274px; height: 320px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjHGzNgBp4aI5C9aBB4Npg0Afn7f9kitCmeZJ89_D_zaK_DQyuNVKsnyh_2yC3NFWzGch_-gfZKLYMLvx3Q0nPQd08w3hdSDX5qbTET97IqaslabQ2rEDyYJSJK_sx7n4DcN5FP4ZFKlGs/s320/el+piso.gif" border="0" alt=""id="BLOGGER_PHOTO_ID_5573969229289828258" /></a><br />‒¿Dónde has estado todo este tiempo, cariño? Te he estado esperando.<br />‒Perdona, me he entretenido en el trabajo.<br />‒¿Has tenido un mal día?<br />‒Sí, hoy he matado a dos.<br />‒¡Bien hecho! Estoy muy orgullosa de ti. ‒Me daba un sonoro beso en la mejilla y me acariciaba‒. ¡Cielos! ¿Qué te pasa en las manos? ¿Es del frío? ‒decía mientras apoyaba su pequeña mano de piel fina y perfumada sobre mis zarpas, ásperas, sucias, agrietadas y ensangrentadas.<br />‒Sí, es del frío y del barro. Pero no es nada, sólo un eccema, ya se me pasará.<br />‒No me gusta nada tu trabajo. Tengo miedo, ¡vayámonos de aquí!<br />‒Nos iremos sin falta, querida, pero aguanta un poco. Cuando hayamos cumplido nuestra misión en el distrito número 9 y me licencia nos iremos, pero espera un poco más.<br /><br />Ella se levantaba e iba a la cocina, caminando con suaves pasos sobre la alfombra.<br /><br />‒¡Ve a lavarte las manos! Vamos a cenar, he preparada <span style="font-style:italic;">borsch</span>. Es auténtico, no como aquel brebaje crudo que os dan en el trabajo. Hay agua en el baño, la he traído del surtidor. Se ha congelado, pero la podemos derretir, ¿no?<br />Después servía el <span style="font-style:italic;">borsch</span>, me acercaba el plato y se sentaba enfrente de mí.<br />‒¿Y tú?<br />‒Ya he comido antes. Anda, empieza. Pero ¡quítate el cinturón de granadas, tontito! ‒se reía sonoramente, como una campanita‒. ¡Las estás metiendo en la sopa! Dámelas, las pondré en el alféizar. ¡Dios mío, qué sucias están! ¿No te da vergüenza?<br /><br />Las cogía, las limpiaba con un trapo y las dejaba sobre el alféizar.<br /><br />‒Por cierto cariño, hoy he limpiado también tu lanzacohetes, el que está junto al armario; estaba lleno de polvo. ¿No te enfadas? Pensaba que igual me regañarías… Me da un medio: mientras lo limpiaba, pensaba: «¿Y si me dispara?» ¿Te lo vas a llevar al trabajo? ¡Guardémoslo en el trastero!<br />‒Tranquila, me lo llevaré hoy. Quizá lo necesite esta noche, cuando me cruce con alguno de los francotiradores.<br />‒¿Te marchas ya?<br />‒Sí, he venido sólo un momento.<br /><br />Se me acercaba, me rodeaba el cuello con los brazos y se apretaba contra mí. <br /><br />‒Vuelve pronto, te estaré esperando. Ten mucho cuidado con los disparos.<br /><br />Me abrochaba bien los correajes y descubría un pequeño agujero en el hombro de mi camisa.<br /><br />‒Cuando vuelvas, te la coseré. ‒Me besaba‒. Bueno, vete, que vas a llegar tarde. Ten mucho cuidado… Te quiero.<br /><br />De repente, abría los ojos y me quedaba un rato sentado sin moverme. Me sentía totalmente vacío. La ceniza del cigarrillo había caído sobre la alfombra. Me invadía una sensación de melancolía, pero a la vez estaba feliz, como si en realidad todo aquello hubiera ocurrido…<br /><br />Iba a aquel piso continuamente, cada día, y repetía una y otra vez mi juego, el «juego de la paz». Lo sé, era un poco retorcido con aquello de las granadas en el trastero y todo eso, pero ¿qué más daba?<br /><br />Al cabo de un tiempo, cuando nos disponíamos a abandonar la ciudad para seguir avanzando, pasé por el piso por última vez. Me quedé de pie en el umbral y, con cuidad, cerré la puerta.<br /><br />Las llaves, las dejé puestas.</blockquote>jorgehttp://www.blogger.com/profile/06232875300341641092noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-8989874982341301266.post-90375843233853862002010-12-13T11:49:00.007+01:002010-12-13T23:56:25.684+01:00El café de cristal‒Qué tontos que somos los humanos muchacho, quiero pedirte que por más loca que esté, no me dejes hacer esas idioteces. ¡Y que si el que amo no quiere estar conmigo, siga intentando construir otro amor y no tirarme al primer colchón del conformismo! ‒dijo ella‒.<br /><br />‒Ojalá tuviera ahora una espada pirata. Me haría una pequeña herida con sangre, con algo de vida. La cicatriz siempre me recordará que no te deje hacer semejantes cosas. Lo intentaré, te lo aseguro. Y espero que puedas guiarme como lo has hecho en muchos momentos y que cuando esté en una sombra, sigas mostrándome con el brazo estirado qué camino seguir ‒dijo él‒.<br /><br />‒Trato hecho. Yo te mantendré en el carril de los sueños y tú a mi, y así seguiremos, infelices, desdichados e imprácticos, pero con nuestros ideales ‒añadió ella antes de que él soltara una carcajada.<br /><br />‒Muchas veces he pensado que si no estuvieras ahí con tus sueños o si alguna vez renunciaras, me iba a sentir solo‒. Guardaron un leve silencio y ella, ingeniosa, amable y cómplice continuó con una voz meliflua que iba desgranando el hilo de una ilusión.<br /><br />‒Yo también, por eso me encantó que me enviaras esa carta. En cierta forma, ninguno de los dos va a estar solo nunca. <br />‒Ya viste, si uno de los dos abandona, nos sentiremos perdidos.<br />‒Algo encontraremos para comunicarnos, quizás les robemos espacio a las nubes y nos escribamos ahí. Lo que extrañé en la ciudad cuando pasaba por allí, al lado de cabinas telefónicas y cafés acristalados, cuando estuve en la ciudad que pudo haber sido Buenos Aires, Madrid o Ciudad de México, eran las interminables conversaciones contigo, pero quédate tranquilo, nos las ingeniaremos para seguir unidos, aunque me devaste un huracán en Guatemala o termines en una aldea perdida de África‒. Él la miró serio y pensó que iría a poner un par de pétalos en la tierra roja. Sonaron risas y ella continuó: <br /><br />‒Y si me ayudas a aprender los idiomas de África, iré a visitarte hasta allí. Y menos mal, si no muchas veces me sentiría la única loca en la tierra, persiguiendo cosas imposibles. <br /><br />Ambos se miraron fijamente. <br /><br />‒Bueno, ahí queda el compromiso. Ahora caminaremos más seguro ‒dijo él‒. <br />‒Trato hecho ‒dijo ella‒. Y al acabar de decirlo añadió‒. Y mira que hemos sobrevivido a tantos amores y desamores que se nos fueron. Ah, cuántos nombres habrán pasado por nuestras bocas.<br /><br />Luego sonrieron los dos.<br /><br /><span style="font-style:italic;">Texto anónimo. Apareció en una cafetería acristalada en el barrio de Monmartre, en París. Hay quien aseguró haber visto a una señorita joven que se hacía llamar la Maga y a un tipo extraño, alto y delgado, que pagó dos vinos tintos y un croissant. Encontraron la hoja arrancada. El camarero sólo afirmó que estuvieron ahí y que pasaban largos ratos en silencio, mirando a través del cristal.</span>jorgehttp://www.blogger.com/profile/06232875300341641092noreply@blogger.com3tag:blogger.com,1999:blog-8989874982341301266.post-17902799130414976052010-12-06T13:46:00.014+01:002010-12-18T14:47:52.898+01:00Una mañanaEs lunes por la mañana en lo más frío del invierno. La montaña espera en la intimidad de sus espaldas. Pedro –un jardinero de mediana edad– está sentado en las escaleras que suben a nuestro departamento en una de esas casas de dos plantas que se extienden a lo largo de una avenida en forma de hileras individuales.<br /><br />Hemos sorbido dos tazas de café tostado para evitar que los ojos se nos cerraran de nuevo. Pedro acaba de fumarse un cigarrillo sentado en las escaleras y ahora mira a lo lejos, más allá de la arboleda, con las manos unidas ante la cara como un puente y el humo opaco de las chimeneas en el frío. El cielo gris está abierto sobre nosotros y el jardinero marca con sus ojos el tiempo desde los tejados.<br /><br />‒Quiero que llegue el miércoles ‒me dice‒.<br />‒No queda nada, Pedro ‒respondo‒.<br />‒Hasta que no tenga el coche no voy a estar tranquilo ‒añade dando las últimas caladas‒. <br /><br />A los pocos segundos Pedro arrugó la frente como si buscase una expresión y dijo algo de que el aburrimiento se ha apoderado del hombre. No lo dijo con estas mismas palabras, pero da igual. Luego se quedó inmóvil mirando otra vez hacia los tejados. Sé a qué se refería cuando habló del aburrimiento. Yo guardé silencio. Siempre me ha gustado el silencio. A veces es lo mejor que sé hacer. Le di una palmada en la espalda y pensé lo cerca del abismo que lo he conocido manteniéndose allí, en el aquí y ahora, sin nada. Perseguido, sufriendo en silencio y con la soledad que aplasta como si el propio mundo se perdiera ante la neblina del amanecer de todos los días. Porque cada día después de comer sobrevenían las horas más difíciles, aquellas en que la mayoría de las personas sucumben. Él repetía el café, fumaba, hojeaba por centésima vez el televisor y fumaba de nuevo. <br /><br />Después Pedro se ha ido y yo he regresado a mi habitación. Llevaba varias horas despierto. Fui a sentarme otra vez en la cama y me puse a ordenar papeles, apuntes y libros. Transcribí diez minutos de la presentación de libro de <a href="http://afterpost.wordpress.com/2010/10/30/sonria-a-camara-de-roberto-valencia/">Roberto Valencia</a> que tuvo lugar la semana pasada en la biblioteca <span style="font-style:italic;">Francesca Bonnemaison</span>. Luego, antes de continuar con mi tesis sobre el mantenimiento de aerogeneradores, he pasado el aspirador y hecho la cama colocando ‒esta vez sí‒ un colchón a modo de dos pisos como la casa en que vivimos. Mi cama es pequeña pero ahora es ligeramente más alta y cálida para sentarse y leer y tal vez descansar en un remanso de paz, un pedazo de aquella vida compartida, tranquila y serena que uno tanto añora; más alta y cálida para escuchar música y observar al otro lado del vidrio la montaña mágica que tanto me fascina. <br /><br />He abierto las amplias ventanas nubladas del salón y he aguantado inmóvil, recibiendo un golpe de aire frío y necesario antes de beber otra taza de café con su aroma desvaneciéndose en lo más frío de esta mañana. Reconforta, eso lo sé seguro.<br /><br />Al cabo de una hora Pedro ha regresado. Traía una amplia sonrisa al departamento que compartimos en una avenida, como ya he dicho, llena de casas en forma de hileras individuales que discurren a las afueras de un pueblo solitario.<br /><br />La sonrisa del jardinero, como un inesperado regalo, es hoy lo más importante.jorgehttp://www.blogger.com/profile/06232875300341641092noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8989874982341301266.post-85455560473863997182010-12-04T15:26:00.010+01:002010-12-04T16:43:01.943+01:00No nos mojamos y tampoco el sol quemaAcabo de leer una reflexión de <a href="http://www.fronterad.com/?q=node%2F2483">Joseba Louzao</a> sobre "la masa". Y sobre la libertad. Y sobre nosotros. Me ha dado algo de miedo. No hay nada más que prender la radio, el televisor o internet ‒en estos tiempos que nos acechan‒ para sentir el ruido incesante de la calle, el ruido creciente de la ciudad, el paisaje de hambruna política y malestar donde las mezquindades quedan ‒o quedarán‒ silenciadas de manera natural.<br /><br />¿Puede el futuro de los hombres encontrar esperanza en "la masa"? <span style="font-style:italic;">“La masa nos secuestra. Pertenecemos a ella y ella nos pertenece, no lo olvidemos”</span>, dice Joseba. <br /><br />Con esta idea pongamos por caso que la ciudad es "la masa". <a href="http://es.wikipedia.org/wiki/Luis_Martín-Santos">Luis Martín Santos</a> expresaba en su obra <span style="font-weight:bold;">Tiempo de Silencio</span> ‒con un sarcasmo terrible‒ la idea de que la ciudad era siempre un reflejo del propio hombre. <span style="font-style:italic;"><blockquote>“El hombre nunca está perdido porque para eso está la ciudad (para que el hombre no esté nunca perdido), que el hombre puede sufrir o morir pero no perderse en esta ciudad, cada uno de cuyos rincones es un recoge-perdidos perfeccionado, donde el hombre no puede perderse aunque lo quiera porque mil, diez mil, cien mil pares de ojos lo clasifican y disponen, lo reconocen y abrazan, lo identifican y salvan, le permiten encontrarse cuando más perdido se creía en su lugar natural…”</blockquote></span>Con todo esto pienso que la libertad está enterrada cuando la conciencia interior se difumina entre nosotros y "la masa", sin pertenecer a uno ni a otro. Y sin la libertad, ¿qué vale la pena?.<br /><br />Desde hace pocos días, tal vez como un antídoto personal ante "la masa" y otras razones, cuelga de mi ventana una hoja donde he escrito algo que me dijo, con otras palabras, <span style="font-weight:bold;">Francesca Petringa</span>: "Para mí, a cualquier persona que (por la mañana) al despertarse, a pesar de tener un techo cálido (sobre su cabeza) y algo de comida (en la despensa) y una familia (o amigos que le quieren), la porquería se le mete en los ojos y la boca todo el tiempo, con innegables gestos de hastío, amargura y mal humor, habría que prohibirle entonces, por egoísta, caminar las calles y los caminos de este mundo".<br /><br />Pues eso, apaguemos el mundo insensible que nos rodea.jorgehttp://www.blogger.com/profile/06232875300341641092noreply@blogger.com3tag:blogger.com,1999:blog-8989874982341301266.post-4043868603412305952010-09-27T22:02:00.002+02:002010-09-27T22:47:34.260+02:00Una nueva Edad MediaUn hombre está sentado al otro lado de la acera, tras un paso de peatones. El hombre, por lo demás de boca gruesa y rostro digno, bebe vino mientras observa a un lado y luego al otro antes de extender la mano para pedir algo, dinero o un cigarrillo. Es tarde de verano en una ciudad española de la costa, a orillas del mar Mediterráneo. Ahora el hombre se inclina sobre el cartón, se detiene antes de pegar los labios y extiende una amplia sonrisa. El sol aún ilumina por entre las ramas de un árbol, los edificios y las nubes. Cada cosa tiene su tiempo. De repente, con una piedad que no sospecharíamos, se da cuenta de que existe. Es de esas raras personas que pueden amar la vida por lo que ésta tiene de más sencillo y de más bello. Los ciudadanos van de una calle a otra y se oye, además de ruido ‒un ruido descomunal de automóviles y voces‒ música de fondo; notas sueltas y cada vez más calladas. Como ya he dicho, es tarde de verano. Los últimos días antes del otoño cuando la ciudad disfraza la desgana en el corazón. Junto al equipaje del hombre, a sus pies y a orillas de un árbol, descansa un libro de <a href="http://es.wikipedia.org/wiki/Nikolái_Berdiáyev">Berdiaev</a>.<br /><br /><a onblur="try {parent.deselectBloggerImageGracefully();} catch(e) {}" href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEi437e754c5NpVFeYbhsJm-MSjql-6C8_9OiqtPS8z7F0DoljDOienTrhuOWeQZrMpmfyYu-BSAIn4C39ikuG88kE0QM-rpzl_LUoBrybEb39mTcvxUB63OIDjtr6HZvC7Cs8YprljgChQ/s1600/berdiaev.jpg"><img style="display:block; margin:0px auto 10px; text-align:center;cursor:pointer; cursor:hand;width: 229px; height: 320px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEi437e754c5NpVFeYbhsJm-MSjql-6C8_9OiqtPS8z7F0DoljDOienTrhuOWeQZrMpmfyYu-BSAIn4C39ikuG88kE0QM-rpzl_LUoBrybEb39mTcvxUB63OIDjtr6HZvC7Cs8YprljgChQ/s320/berdiaev.jpg" border="0" alt=""id="BLOGGER_PHOTO_ID_5521697599314625746" /></a>jorgehttp://www.blogger.com/profile/06232875300341641092noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-8989874982341301266.post-83818315155891725942010-07-22T18:58:00.011+02:002010-07-23T14:24:43.772+02:00El ManhattanA la vuelta de la esquina está un trocito de Nueva York. Lo mismo podría ser una fotografía. O lo mismo es una isla. O una suave brisa. Ahí está un bar —llamémoslo así— donde todos se encuentran con todos. Un lugar de los que apenas quedan. Allí cualquiera es un buen cliente. Cada vez que yo iba, tenía que pagar algo. Entrar allí es viajar de noche, recorrer mil kilómetros en la noche de la música. Todas las canciones suenan ahí de manera diferente con un delicadísimo roce. Ni tú mismo puedes ser como fuiste.<br /><br /><object width="353" height="132"><embed src="http://www.goear.com/files/external.swf?file=e4dba05" type="application/x-shockwave-flash" wmode="transparent" quality="high" width="353" height="132"></embed></object><br />La pareja de enfrente ya no hablaba. La edad acentuaba la diferencia entre ellos y yo. El camarero tomó una servilleta blanca, la hizo chasquear como un latiguillo hasta envolverse la mano, luego tomó una botella de champán y como un maestro de ceremonias llenó dos copas mientras la banda, al otro lado de la barra y del tiempo, tocaba <span style="font-style:italic;"><a href="http://www.youtube.com/watch?v=cQpYL4fOSwU">I Cover the Waterfront</a></span> de <a href="http://www.chrismyersart.com/prints/lester_young.jpg">Lester Young</a>. El interior no era muy oscuro, pero evidentemente era oscuro y no había mucha gente. Nunca hay mucha gente.<br /><br />Las miradas, con mayor o menor grado de disimulo, siempre convergen en Miguel. Todos parecen conocerle desde la más tierna infancia. Miguel sirve un copa con la sonrisa feliz y repetidos gestos de asentimiento que parecen decir: hola, queridos amigos, adiós, queridos amigos, etcétera. Miguel, que es muy discreto, se vuelve sobre sí mismo canturreando en voz baja, elegante de chaleco y pajarita, agazapado en su rincón de la barra, en su vida, un lugar encantador, su castillo de música. Estamos en el <span style="font-style:italic;">Manhattan</span>, número cuarenta de la calle Olite.<br /><br />Miguel es... no sé cómo decirlo. Tal vez más delgado en la oscuridad del lugar, pero en realidad no es tan delgado. Tal vez más callado, pero me bastaron un puñado de visitas para arrancar en la conversación y darme cuenta de que tampoco era más callado. Puede que tuviera los ojos pequeños. Casi todas las personas de mediana edad tienen los ojos pequeños. Y los barman, más. Un barman o un camarero de toda la vida. Puede que tuviera la cara entera un poco más redonda, como si estuviera, igual que antes, arrobado, atento y otra vez en un segundo plano, canturreando alguna canción como un hombre muy simpático y muy solo, o puede que no. Un hombre que atendía la barra bajo una oscuridad agavillada por centellas de luz acaramelada.<br /><br />El <span style="font-style:italic;">Manhattan</span> no es ni un bar ni una cafetería, es más que todo eso: un lugar por el que merece la pena pagar y beber y llorar. Un lugar que te pide que te quedes allí hasta el fin de la noche, a esa hora en que el día es un fantasma magnífico, viejo y solitario, penetrado por la bruma de una isla. No sé qué isla, pero una isla al fin y al cabo.jorgehttp://www.blogger.com/profile/06232875300341641092noreply@blogger.com3tag:blogger.com,1999:blog-8989874982341301266.post-4121939702034089962010-07-20T19:44:00.040+02:002010-07-21T18:40:33.482+02:00A la zaga del TiempoEn el momento en que apoyé ambos ojos sobre la pantalla del ordenador para leer la prensa digital comprendí que no había una sola razón para no ir. El reloj, rodeado de anaqueles, folios y páginas arrancadas de revistas, caminaba bastante lentamente hacia el mediodía del veinticinco de mayo. Una vez más tuve que ser rápido. El hombre a quien de alguna manera iba a ir a visitar, y a quien secretamente considero un amigo a pesar de lo irracional del hecho, ahora vive en un lugar que se encuentra a la zaga del tiempo. Un sitio poco adecuado, a estas alturas, para encontrarnos en el que todo —o no todo— se detiene por completo. <br /><br />Ya puestos a ello me había autoconvencido de que no iba a ser posible que fuera. Primero pensé en realizar una llamada telefónica, pero esto no hubiese sido totalmente cierto debido a las circunstancias. Así es como empecé a pensar qué decir a su madre si al final me quedaba en Pamplona y marcaba los nueve dígitos en el teléfono móvil.<br /><br />Al final fui. Tampoco tuve que realizar ninguna llamada. Supe que de no haber ido hubiese sido descortés por mi parte. Eso creí entonces.<br /><br />Recorrí las calles de Pamplona obligándome a buscar una combinación de trenes que me acercaran a la ciudad Condal. Llegué a Barcelona siete horas más tarde y subí a un taxi. El taxista, un tipo sensato con la frente despejada, habló de política hasta que le solté un billete y me bajé para entrar en el edificio con esos nervios que en ocasiones uno es incapaz de mantener bajo control. Caminé hacia la salita tratando de decidir qué decir una vez que me reencontrara con Pato, envuelto en una multitud de pensamientos, llevándome la mano a las gafas constantemente, observando quién había entrado hasta ese momento en la salita donde el brillante fotoperiodista argentino <a href="http://www.walterastrada.com/index.php?id=15">Walter Astrada</a> iba a recibir el <a href="http://periodismohumano.com/sociedad/comunicacion/walter-astrada-ix-premio-de-periodismo-miguel-gil-moreno.html">IX Premio Miguel Gil de Periodismo</a>. <br /><br />"Nuestro trabajo es demostrar a la gente que no podrán poner ninguna excusa de que no sabían lo que estaba pasando" declaró Astrada para añadir luego: "Cada vez que estoy haciendo fotos o trabajando, tengo la sensación, pienso en que llevo una cámara que vale un montón de pasta enfrente de niños que se mueren de hambre. O en el caso de <a href="http://www.quesabesde.com/noticias/walter-astrada-antananarivo-con-texto-fotografico,1_5407">Madagascar</a>, donde estaban matando a muchísimas personas. De verdad, creo que es nuestro trabajo, el trabajo que elegimos, estar ahí y demostrar lo que está pasando".<br /><br />Lo que a continuación sigue son las palabras de Santiago Lyon antes de que se hiciera <a href="http://periodismohumano.com/files/2010/05/Walter-Astrada-y-Patrocinio-Maci%C3%A1n-415x600.gif">entrega del merecidísimo premio a Walter Astrada</a>, quien se emocionó en una geografía de silencios por el recuerdo de Miguel y la presencia de Pato. Y es que Miguel estaba allí, con Walter y con todos, como había señalado Santiago. De otra manera pero definitivamente presente, un años más. A la zaga del Tiempo. <br /><br />[+] En voz de <span style="font-weight:bold;">Santiago Lyon</span>:<br /><blockquote>Muy buenas tardes a todos y, en especial, a Doña Pato. Parece mentira que hayan pasado diez años desde que murió Miguel. De otras cosas me doy cuenta porque ahora necesito gafas para leer. Hablo en nombre del jurado, también a título personal, pero quiero reflejar algunos aspectos de Miguel, de su trabajo.<br /><br />El día de ayer, hace diez años, una lluvia de balas acabó con las vidas de Miguel Gil Moreno y de uno de sus compañeros de viaje, el periodista estadounidense Kurt Schork. Y también ese día murieron cuatro de sus escoltas. Esa muerte de Miguel aquél día en una carretera de tierra, en la jungla de Sierra Leona, fue un golpe durísimo y una pérdida inmensa para mucha gente. La madre perdió a su hijo; sus hermanos perdieron a uno de los suyos; sus compañeros de trabajo perdieron a un periodista ejemplar y, en muchos casos, a un buen amigo; los telespectadores alrededor del mundo perdieron una cámara que servía de antorcha, que iluminaba los rincones más oscuros y violentos de nuestro mundo. Aquél día muchas personas perdieron su voz, su forma de ser escuchados a través de los reportajes que hiciera Miguel, sobre todo de los reportajes que todavía tenía por hacer. Aquél día todos perdimos a alguien extremadamente importante.<br /><br />Pero, ¿quién era este hombre? ¿Quién era Miguel Gil Moreno de Mora? Yo le recuerdo como un hombre guiado por la fe. Más bien guiado por dos fes. Su fe religiosa, su profunda creencia católica, cristiana. Y la fe que tenía en la importancia y el valor de su labor periodística. Les hablo de la creencia, de la convicción, de la confianza, de la fe que guía cada día a miles de periodistas alrededor del mundo. La fe que tienen sus palabras, sus imágenes o el sonido que graban sirve para denunciar los males del mundo en que vivimos. La fe que tenemos los periodistas que, a través de la labor informativa, podemos hacer del mundo un lugar más justo y mejor para todos. Y la fe que tantos lectores depositan en los informadores para que les contemos las cosas tal y como son. La fe de que el periodismo ocupa un lugar imprescindible en cualquier sociedad democrática.<br /><br />Miguel tenía y vivía esas dos fes: la religiosa y la profesional. Y ambas lo guiaban para quedarse en lugares a donde muy pocos querían ir. Por ejemplo, el asedio de Sarajevo donde aprendió por primera vez a manejar una cámara de video en circunstancias dramáticas, donde se enamoró de la imagen en movimiento y donde se dio cuenta del poder que tenía entre sus manos para dar voz a los sin voz. Saltamos a Kosovo, a finales de los años 90, donde Miguel logró convencer a las autoridades serbias para que le dejaran quedarse en la capital, Prístina, después de que todos los demás periodistas extranjeros fueran obligados a abandonar el país. Ahí logró grabar imágenes de la expulsión de centenares o miles de civiles kosovares en tren, imágenes que recordaban los viajes mortales que fueron obligados a hacer los judíos durante la tiranía nazi. El asedio de Grozni, en Chechenia, donde se libraba una guerra tan brutal que los historiadores la han comparado con los peores momentos de la Segunda guerra mundial, en lo que se refiere a la cantidad de proyectiles y otras armas lanzadas en contra de la población civil. El trabajo que hizo Miguel en Chechenia fue extraordinario, no tanto por las imágenes que logró grabar, que eran pocas y que tardaron en salir por problemas de comunicación, sino por la valentía que demostró tener. Ese viaje a Grozni fue una especie de bautismo de fuego, un viaje extremadamente peligroso que Miguel creyó necesario y en el que depositó toda la convicción, toda la fe que poseía en aquel momento.<br /><br />Así que, ¿quién era este hombre? Para mi un hombre con el corazón enorme. Un hombre dedicado a su profesión. Realmente un magnífico tipo. Y a pesar de que ya no está físicamente aquí con nosotros, sí tengo fe y sí creo que vive su espíritu y su ejemplo en tantos periodistas alrededor del mundo. Y es ese espíritu el que buscamos los miembros del jurado al entregar el premio Miguel Gil de Periodismo. Es nuestra manera de asegurar que la llama sigue encendida.<br /><br />Muchas gracias.</blockquote><br />[+] Parte del trabajo de <span style="font-weight:bold;">Walter Astrada</span>:<br /><br /><blockquote>- <a href="http://www.reportage-bygettyimages.com/#p=represented_photographers/Walter_Astrada/bloodbath_in_madagascar">Cobertura de violencia en Madagascar.</a> 2009<br /><br />- <a href="http://www.reportage-bygettyimages.com/#p=represented_photographers/Walter_Astrada/rape_as_a_weapon_in_drc">La violación como arma de guerra en la República Democrática del Congo.</a> 2009<br /><br />- <a href="http://www.piravan.com/exposiciones/kenia-violencia-postelectoral">Kenia, violencia post electoral.</a> 2007.<br /><br />- <a href="http://www.piravan.com/exposiciones/violencia-contra-las-mujeres-en-guatemala">Violencia contra las mujeres en Guatemala.</a> 2006</blockquote>jorgehttp://www.blogger.com/profile/06232875300341641092noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-8989874982341301266.post-10625412697743768912010-07-19T13:28:00.010+02:002010-07-20T12:02:50.270+02:00No es lo último que se pierde<a href="http://www.diariodenavarra.es/20100718/nacional/nunca-imagine-soportaria-tanta-tortura.html?not=2010071800435974&idnot=2010071800435974&new=1&dia=20100718&seccion=nacional&seccion2=sociedad&chnl=30">«La esperanza es lo primero que nace cuando todo está perdido»</a>, ha dicho Normando Hernández, uno de los presos políticos 'liberados' por los Castro, Fidel y Raúl, tan hermanos ellos. Se trata de una libertad maquillada, no hay duda. Y es que el hecho real, de facto, basta dar a la tecla y leer, es que se trata de un exilio forzado, el adiós de siempre con la mano, dejando atrás una salud ya perdida, horribles sufrimientos y luego la muerte de muchos compañeros y a los amigos que aguantan y sobreviven en las cárceles de Cuba. <br /><br />En seguida, sin saber por qué, he abierto un libro que tengo en la biblioteca. El libro posee algo de lo que algún día quisiera hablarles, aunque no sé cómo. Sobretodo, porque el hecho de pensar en los padecimientos de <span style="font-style:italic;">Un Hombre</span> (a quien me acerqué tan íntimamente primero por azar, luego con asombro y más tarde como un joven lector) es algo que siempre me ha interesado. Una lluvia mansa de esas que empiezan pero que no sabes cuándo terminan.<br /><br />La <a href="http://www.diariodenavarra.es/actualidad/20100718/fotos/2010071800435975_640.jpg">fotografía</a> del periódico (Normando pasea junto a su mujer <s>por el aeropuerto de Barajas</s>, tiene el rostro serio y las gafas ajustadas) bien podría parecer una más de <a href="http://www.lombardiabeniculturali.it/img_db/bcf/3g010/28/l/27240_imm_3g010_27240.jpg">Alejandro Panagulis</a> y su periplo de aviones y aeropuertos junto a Oriana cuando, a su pesar, le fue concedida la amnistía de los coroneles. La imagen deja entrever una expresión de luto riguroso y el cuerpo delgado de Normando parece más delgado que nunca. <br /><br />Pensando en la cruda y maravillosa última entrevista que <a href="http://fcom.us.es/blogs/vazquezmedel/files/2009/07/oriana-fallaci.jpg">Oriana Fallaci</a> nos regaló en su libro <span style="font-style:italic;">Entrevista con la Historia</span>, no puedo sino ver a Normando en el lugar de Alekos, con ojos llorosos, con una expresión denodada, como la que tiene el cubano y todos sus compañeros vivos o muertos, como la que tienen los poetas que viven en nidos de ratas, de pie contra la muerte.<br /><br />Me he acordado así, de golpe, sin un nexo claro de unión, de Arkadi Babchenko, Vasili Grossman, Primo Levi, Eloi Leclerc o Ryszard Kapuscinski y su <span style="font-style:italic;">Guerra del fútbol</span>. Porque... «a aquellos que, apáticos e inertes, se hunden en el abismo sin remisión ni resistencia, esperando tan sólo el choque de sus cuerpos contra el fondo, les basta con que en la oscuridad brille un sólo rayo de luz para emprender la escalada». <br /><br />En aquél momento, al leer aquellas líneas, he pensado que apenas hay en el mundo nadie tan cercano a ellos, nadie que los comprenda mejor en el caleidoscopio de nuestras mil contradicciones.<br /><blockquote><span style="font-style:italic;"><br />Alekos, ¿qué significa ser un hombre?</span><br /><br />Significa tener valor, tener dignidad. Significa creer en la humanidad. Significa amar sin permitir que un amor se convierta en un ancla. Y significa luchar. Y vencer. Mira, más o menos lo que dice Kipling en aquella poesía titulada «Sí». Y para tí, ¿qué es un hombre?<br /><br /><span style="font-style:italic;">Diría que un hombre es lo que tú eres, Alekos.</blockquote></span>jorgehttp://www.blogger.com/profile/06232875300341641092noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-8989874982341301266.post-33767364654023214962010-07-15T16:39:00.010+02:002010-07-18T10:19:11.162+02:00Normal122... 136... 141... Un automóvil de carreras huye por un disparo sin aminorar la marcha en la curva, un lugar del que sería posible irse y al que es imposible volver. Los sonidos rebotan por el circuito cerrado del rectángulo luminoso y todo sucede muy deprisa. (Le preguntaron una vez a alguien qué pasaba y él no respondió. Nadie responde. Por si acaso, yo ya dije que era algo difícil de entender). Las gotas de sudor se despegan y escriben algo en mi piel. Pinceladas, pájaros en el cielo de las plazas. Aprieto los dientes que cierran su frontera porque no sé si queda tiempo para reaccionar. Por eso, ahora, en este desorden que salpica añoro el fin de un mundo que se uniformiza ante nuestros ojos y donde la poesía de números complicados resurge. Es fascinante y a la vez incomprensible y normal. <br /><br />Normal, digo. Tengo la impresión de que los últimos días he masticado mucho esa palabra. Cada vez que una duda se estanca, de una forma u otra alguien la pronuncia. Alguien dispuesto a repararlo todo y a quien le sudan las manos y los pies y a veces, aun así, te grita y te manda como si nada. La he oído en todos sus disfraces: tiznando con dulzura las imperfecciones de una vida; bajo un atisbo de autoridad enfatizando una vida mundana o absurda; incluso con una huella despreocupada como si otro discurso diferente no se pudiera tolerar. Por decir algo, observo que en algunos momentos inconfesables me he imaginado estrangulando al interlocutor de turno. Un fracasado al que la porquería sí se le mete en las orejas todo el tiempo. <br /><br />Llego a un callejón sin salida cuando cada palabra vive la anarquía, cuando no hay armonía y no hay acuerdo.<br /><br />Imaginando, me digo que podría estar en otras latitudes y observar cómo se escurre el mundo. Hasta la noticia más banal es una astilla, pienso. Una voz deshilachada de la prensa metida en un oído. Cualquier mañana mi padre podría tropezar con el café al leer en el periódico que su hija, dueña de sus zapatos y de sus huellas y tal vez más insensata o más valiente, sin desfallecer, la había emprendido a manotazos con el aspirante profesional. Apresada luego me trasladarían al Hospital de Oliva —el hospital mental— detrás del Peñón de Judas. Las vecinas, sin lamentarse, hablarían de una presencia que ya nunca podría ser imaginada fuera de esos muros. Tal vez, como imaginaba antes con la palabra normal, tal vez para ellas la vida o la muerte es lo de menos; tal vez cuenta más la propia percepción a pesar de sus desvíos y rodeos, más que la facilidad con que una vida puede partirse y dividirse.<br /><br />Pero yo no me cansaría antes de llegar al fin de la carrera, yo me defendería de sus estupideces y sus ganas de bostezar y con cara de no haber roto un plato en esta tragedia oscura tendría el valor de decir: «Cuando las personas sin juicio ni criterio fingen saber o confunden la libertad de expresión con el derecho a opinar para rivalizar en ingenio o en orgullo, penetrando así en la vida de los demás, ocurren cosas como ésta... Que los buenos espíritus, los sensatos y pacientes perdemos los estribos pero no las razones». Y todos los presentes, con sus bocas desencajadas de puro asombro o fatiga y pendientes de lo que dijera, asentirían con la cabeza indicando que ahora tal cosa estaba bien o que tal otra cosa estaba mal.<br /><br />Y es que al menos, dejémonos de bromas, de vez en cuando un singular ángel vestido de azul y blanco que lleva una plaquita de plástico con su nombre se acomoda a mi lado y sin que diga palabra, sólo con la sombra de su mano, me tranquiliza porque sabe dónde y cómo duele. No necesito saber más, sé que está las veinticuatro horas del día, en todo momento, vigilante a cada paso para que todo siga siendo normal. Disputando la carrera todavía.<br /><br />154… 147… 102… 81… 135... Ya está aquí. Es increíble cómo el latido del corazón se abre camino en un caos como aquél. Mi sexto sentido se acentúa. Los números verdes en la pantalla. Al final llega a donde está la gente bajo la luz. Eso no explica mi calma innatural operando a niveles superiores cuando a los demás les tiemblan las manos. Flota sobre la última curva. El corazón martillea el pecho, bip-bip-bip, y siento cómo a fuerza de percusión llega a la sien. Esa es la mayor de las fuerzas porque de este hecho partiré siempre y a este hecho volveré siempre para reencontrarme. <br /><br />Los recuerdos nunca serán tan nítidos como ahora. El llanto como un ruido que no conozco y algo que recordaré para la eternidad. El calor de la sangre. El olor de la piel. El primer amanecer de la vida. El primer horizonte. Un álamo respirando en la espesura. Un automóvil de carreras impasible allí a pocos metros de su madre.<br /><br />La vida.jorgehttp://www.blogger.com/profile/06232875300341641092noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-8989874982341301266.post-21758632634526010512010-04-12T11:06:00.002+02:002010-04-12T11:44:15.678+02:00Guatemala ajena, a quemarropa...“Después de todo no duermo bien” me dice H en la última carta. Me parece que tiene el alma agotada y el corazón oprimido. Es posible que ahora H, con el aspecto de quien espera algo, esté recorriendo las ruidosas calles de la colonia Gerardi en Ciudad de Guatemala. La colonia se construyó ―con el empuje de los maristas― para recibir a la población desplazada tras el paso de Mitch y su lluvia rota.<br /><br />H tiene ojos oscuros, iluminados, a veces tristes, como si hubieran visto más lágrimas que nadie; como un barco que está queriendo hundirse en medio del color de la noche. H se asoma al horizonte, llena de fe estira los ojos hacia el cielo y ve una luz. "Que no decaiga tu fe, Jorge" me insiste. Cuando la recuerdo no le tengo miedo al Infierno. Entonces, confiado, dejo caer los brazos.<br /><br />Con la última carta ―recibida hace una semana― ha trepado a mi memoria una frase del escritor <a href="http://es.wikipedia.org/wiki/Kirmen_Uribe">Kirmen Uribe</a>: “Las casas se mueren si nadie las habita, y también las personas”.<br /><br />En cada carta que recibo H me habla de personas y casas que mueren sin un triste norte, en lo que todo es casual y corriente; me habla de una «Guatemala ajena, a quemarropa, verde y real» desde un amor y un dolor, ambos, que se necesitan como en un riguroso programa; me habla de un país de luchadores incansables que no ha despertado del todo; un país en el que aparentar es repulsivo y odioso, pero necesario; me habla de un país precioso que estalla cada día en un dramático clamor, sumido en el agujero negro de la historia y capital de la violencia no sólo por estadística.<br /><br />Pero sobre todo me habla de personas.<br /><br />Si no ha regresado antes a casa es para evitar que otros hogares caigan como flores en la cuneta. Sin embargo, es tal vez inevitable porque allí enfrente está, fácil, la posibilidad de la muerte, su sombra, cercana, dejando apenas un aviso para brotar por doquier y entrar, como por una escalinata alfombrada, vaciando sus puños por la tierra. Es una idea insoportable que H no permitiría por nada del mundo.<br /><br />“Nada mejor cabe esperar” dicen muchos. Ella se resiste. Muchas veces pierde. Otras, gana. Así es H, valiente en extremo.jorgehttp://www.blogger.com/profile/06232875300341641092noreply@blogger.com5tag:blogger.com,1999:blog-8989874982341301266.post-72235716365102699312010-04-05T14:10:00.019+02:002010-04-07T16:49:51.419+02:00Una posible causaAyer salí con una muchacha hermosa de nombre poco común, con hache y dos tés, al que acompaña un apellido difícil de encontrar. Salimos a pasear por las calles de Pamplona. Tomamos una cerveza con algo de limón y un vino, solos, en un bar frente a la Catedral sin campanas, maquillada por andamios de aluminio. Afuera las mesas y sillas aguardaban vacías, brillando como un rescoldo, mientras el sol escupía rayos por entre las nubes con algo de lluvia.<br /><br />“Te voy a dar un borrador para que escribas algo alegre” me dijo. Y eso me hizo pensar, rebuscar entre los ―pocos― textos que guardo sin desánimo como si de un extraño celo se tratara. Un celo que conserva la llave a una puerta que sólo uno mismo sabe por qué debe permanecer cerrada, libre de miradas y juicios ajenos. Un celo que, a su vez y tal vez, no deja de ser sino la trinchera en la que uno vive. Y claro, después de querer negar la mayor me di cuenta de que sí, de que tenía razón, de que ninguno de los ―pocos― textos que conservo aquí y allá, algunos de los cuales fueron a parar a la basura (por eso el aquí y allá) son alegres. Y quise abrir carpetas y cajones, destapar cajas, extender recortes y papeles borroneados con lápiz, releer hojas impresas por tinta de ordenador y páginas de libros olvidados en la repisa de la estantería, profanados por decenas de garabatos en los márgenes del texto.<br /><br />Y una posible causa de la falta de alegría (o más bien sería una excusa barata) es que hace ya casi cinco años que mi querida madre agarró y luego, sin pensarlo, tiró a la basura del lado de allá una maleta llena de escritos, papeles, fotografías, recortes de prensa, etc. “El polvo era insoportable” dijo para justificar el delito. El golpe fue terrible, bajísimo, me enfadé y sentí deseos de caminar la oscuridad de un abismo, porque eso debe ser la utopía, mantenerse al filo del abismo. Y algo así, también, debe ser el desamparo. <br /><br />No sé si al final el tiempo me permitió digerir la pérdida de aquella maleta llena de preguntas, afectos y socorros ―como diría Benedetti― que guardaba, entre otras cosas, una escalera y las huellas que un niño había de pisar para alcanzar las estrellas. Imaginaos el drama.<br /><br />Y esa es una posible causa. Así que esperaré impaciente el borrador de la muchacha hermosa de nombre poco común, con hache y dos tés, para escribir algo alegre.jorgehttp://www.blogger.com/profile/06232875300341641092noreply@blogger.com6tag:blogger.com,1999:blog-8989874982341301266.post-26453827962796748822010-03-17T23:42:00.001+01:002010-03-17T23:50:41.301+01:00InsensatezMe gusta Horacio Castellanos Moya. Nada voy a decir del escritor, ni siquiera de su libro. Esta noche me he aliado con lo poquísimo del día buscando luces por el patio. El libro lo he dejado sobre la cama. La luna está llena en su destello, como cubierta por vírgulas de polvo. Las agujas del reloj caminan rumbo a la medianoche.<br /><br /><a onblur="try {parent.deselectBloggerImageGracefully();} catch(e) {}" href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjrLXL3uw_VL6DslADxfm9snU8JX8twJdzeOq_SZjployS4i2WuyxvY4eKPfpVJtIAvQWRPFIlP_uZT0V_cfDw5QLr95kNwYk8qqZ6izQYYeNuqWsevhBWyWcOnI03MoyE89B5e7VhiFug/s1600-h/insensatez.jpg"><img style="display:block; margin:0px auto 10px; text-align:center;cursor:pointer; cursor:hand;width: 320px; height: 274px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjrLXL3uw_VL6DslADxfm9snU8JX8twJdzeOq_SZjployS4i2WuyxvY4eKPfpVJtIAvQWRPFIlP_uZT0V_cfDw5QLr95kNwYk8qqZ6izQYYeNuqWsevhBWyWcOnI03MoyE89B5e7VhiFug/s320/insensatez.jpg" border="0" alt=""id="BLOGGER_PHOTO_ID_5449736328313568402" /></a><br />Desde el patio sólo llega el maullido del gato de Violeta, la vecina viuda. Su marido murió hace cinco días de un infarto antes de volver al suelo triturado por el aeroplano que pilotaba. Igual era un ultraligero, no lo sé. Si sé que los vecinos y la gente del portal escucharon el arrebato por cada rincón del edificio. Por las ventanas y por el patio, como en una chimenea, entró el torrente de voz. Yo la observaba recostado en la terraza. Ella seguía con el corazón dándole tumbos, sentada en la cocina y las manos sobre la frente. Era estremecedor. Gritaba como una mujer que se queda viuda de ese modo. Una mujer cuya mitad se hace vacío en una cierta forma de prólogo antropológico, un prólogo mitad especie humana y mitad máquina. Su marido muerto, aplastado contra el terreno y el corazón licuado por el olvido que no impulsa el latir de nuevo. Un marido, por cierto, que leía <span style="font-style:italic;">Blade Runner</span> cuatro o cinco veces al año. Un tornero que sabía sin pestañear, por una extraordinaria capacidad, pasajes enteros de la novela. Un piloto que reproducía diálogos para regar a su vez la melancolía de las calles y limpiar las tediosas conversaciones de hoy. Un hombre, al fin y al cabo, que dibujaba interrogantes en cada servilleta de la cajita de aluminio, preocupado siempre por el origen -o los orígenes- y el futuro del «ser humano». O tal vez más interesado por las teorías transformistas de Darwin, como le gustaba definir. «¿Por qué coño la gente piensa que es evolución? No tienen ni puta idea» decía al aire, contrariado, interpelando sin respuesta al camarero del bar Náutico antes de que acabara la música y empezara el baile.<br /><br />Al terminar el cigarrillo he jugado a rozarme con los dedos el perfil abstracto de mi dentadura. Insuficiente, siempre, como una vida. Como la del marido de Violeta, pensaba que así de intermitente y tonta es la muerte de un ser humano. <br /><br />Y el libro <span style="font-style:italic;">Insensatez</span> de Horacio Castellanos Moya está lleno de ellas.jorgehttp://www.blogger.com/profile/06232875300341641092noreply@blogger.com3tag:blogger.com,1999:blog-8989874982341301266.post-23409160089888638202010-02-09T11:57:00.008+01:002010-02-09T12:37:54.856+01:00AuxilioSé que te pienso <br />cuando miro a la boca <br />y no veo los dientes<br /> <br />Llueve en la librería de cristal <br />sobre la claraboya <br />donde robamos antologías<br /><br />El cucú acaba de dar<br />las dos de la mañana<br />Luego a RD lo mataron <br />de un tiro en la nuca <br />y yo subí las escaleras <br />de la facultad de ingeniería <br />¿o era de filosofía? <br />Subí las escaleras <br />en dirección a la biblioteca<br /><div align="right"> (como una bala <br />de fabricación española <br />la cabeza sigue el destino <br />por tener una certeza)</div><br />Han pasado cuarenta años <br />por eso supe que no te mataron <br />con tu librito de poesía en la mano, <br />el que robamos <br />en la librería de cristal <br />y tú leías en el aseo <br />de la facultad<br />o en la intemperie<br />miserable de las calles<br /><div align="right">(¿O lo soñé?)</div> <br />Hablan de certezas<br />¿llenas de qué? <br />Sé que no te veo cuando miro <br />las bocas de las pijas <br />y veo los dientes <br />que no son de ceniza, <br />por eso no te encuentro <br />ni siquiera en las putas <br />ni en las viejas, <br />lo sé porque se les riza el pelo <br />cuando las miro <br />y enseñan la boca vacía<br /><br />Lo sé porque no sonríen.<br /><br /><a onblur="try {parent.deselectBloggerImageGracefully();} catch(e) {}" href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiQ4qcmkPl2_ZPQ6vqhIlB5yu_2_zAS_QOsXcYkmGqKXDlGZw36ZB10TvKljdrsVabkgoI0FnOfQwn15M4Ei2rTObY2fDKpji6DLM9C2nkQCkhkdWJAFL4oRfE8ie3MkXN1G4xn2rkP7go/s1600-h/mobydick.jpg"><img style="display:block; margin:0px auto 10px; text-align:center;cursor:pointer; cursor:hand;width: 320px; height: 194px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiQ4qcmkPl2_ZPQ6vqhIlB5yu_2_zAS_QOsXcYkmGqKXDlGZw36ZB10TvKljdrsVabkgoI0FnOfQwn15M4Ei2rTObY2fDKpji6DLM9C2nkQCkhkdWJAFL4oRfE8ie3MkXN1G4xn2rkP7go/s320/mobydick.jpg" border="0" alt=""id="BLOGGER_PHOTO_ID_5436204911238502018" /></a>jorgehttp://www.blogger.com/profile/06232875300341641092noreply@blogger.com4tag:blogger.com,1999:blog-8989874982341301266.post-87274111718900965622010-02-07T20:52:00.008+01:002010-02-08T01:10:56.113+01:00La radio de color rojoLo único que llega con seguridad es la muerte, pienso. Él tenía su rostro blanco, la manos entrelazadas, colgándole rojas por el costado abierto. Ahora recuerdo este esbozo una y otra vez, y sólo el aroma de güisqui en la tacita da una tregua a mis propias meditaciones.<br /><br />Pienso, sin embargo, que el hombre cayó sin hacer ruido. En la radio de la enfermería el locutor habló de una tarde magnífica, de un cielo azul y soleado sin viento. “No es el paraíso, pero se le parece” decía. Luego, bajo el cielo gris y el techo beige de la salita de operaciones con cierta clase de luz, de golpe me han rodeado hombres con uniformes verdes y blancos que tropezaban entre gritos y asombro, piel con piel, pisando el reguera de sangre que dejaba el herido en el piso. “¡Haga algo, doctor!” gritaban.<br /><br />No era la primera vez que entraba a la salita un hombre así pero sí era la primera vez que un hombre entraba casi muerto. La mirada sin fuelle, trabada en un espanto de dolor y un hilo rojo saliendo de su boca. “Me doy cuenta” parecía decir.<br /><br /><a onblur="try {parent.deselectBloggerImageGracefully();} catch(e) {}" href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEi9aDolTcAmLTBTUTJxtUYs593uVLDcmxnNc5SgHbVIh5Thzu6hX5PvRQtKjRBOQqb0FnPLQJhZx4_vpB-Qan0c9au7iVkSnGwJcWLlsFzHYIpbpBvtjL1eW66saGNPzbJ6aDWsCIEAkpo/s1600-h/radio_color_rojo.jpeg"><img style="display:block; margin:0px auto 10px; text-align:center;cursor:pointer; cursor:hand;width: 200px; height: 178px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEi9aDolTcAmLTBTUTJxtUYs593uVLDcmxnNc5SgHbVIh5Thzu6hX5PvRQtKjRBOQqb0FnPLQJhZx4_vpB-Qan0c9au7iVkSnGwJcWLlsFzHYIpbpBvtjL1eW66saGNPzbJ6aDWsCIEAkpo/s200/radio_color_rojo.jpeg" border="0" alt=""id="BLOGGER_PHOTO_ID_5435593307920839874" /></a><br />La estela incansable de las enfermeras iba de un lado a otro apilando pinzas de mosquito, bolsitas de plasma y envoltorios con gasas en la mesa de operaciones. Enríquez se acercó para tomar el pulso y quebrar la taleguilla. Entonces le vi, el hombre apretó los dientes y casi sintió fuerzas para hablar. Un débil gemido escapó de sus labios ahorcados. Tosió tres veces muy levemente y no dijo nada. Su respiración sonaba estrangulada, como inflada. “No es nada, muchacho” dije. Luego, al ver la camisa sin las chorreras en aquél panorama de agujeros y sangre, pensé que el hombre que tenía enfrente estaba hecho una mierda. <br /><br />“Tenemos pocos minutos” susurró Enríquez. Fue imposible negarlo. El hombre, como un blasón de proa en forma de tauro entró a la enfermería en estado de shock, inicialmente consciente y con una pérdida masiva de sangre. Las enfermeras le limpiaron la boca que estaba llena de arena, aseguraron la administración de oxígeno y empezaron a presionarle cada herida. La visión era dantesca. Los labios escondidos bajo los dientes y el pecho descamisado que empezaba a cubrirse de más vendas, gasas y compresas. Por el costado izquierdo la terrible herida abierta miraba de frente. “¿Hemos vuelto a perder, tan pronto?”, me preguntaba mientras seguíamos el procedimiento con profesionalidad. <br /><br />Recuerdo con precisión que varios minutos antes el doctor Enríquez y las enfermeras, por una extraña distorsión, habían sacudido entre risas unas cuantas gotas por los pétalos de un ramillete de rosas que había en la salita. Pensándolo ahora me conmuevo. En ese instante por la radio portátil de color rojo el locutor hablaba del afecto con que el chico trenzó media docena de verónicas. “Como pétalos de rosa envolviendo la fiereza, disfrazando la violencia del animal” dijo. Y escuchándolo parecía que los dos, toro y hombre, se hubieran serenado hasta volverse un sentimiento tranquilo y habitual. “Torea bien, a veces con cierta pereza, pero dondequiera que se ubique mantiene quieto el corazón. Es valiente. Tiene un temperamento intelectual pero aún no es un artista. Es demasiado joven. Puede llegar a serlo” dijo. Era patético. <br /><br />Durante los veinte minutos que aguantó el chico, los hombres de uniformes verdes y blancos no dejaban de preguntar del otro lado. Afuera la policía y algunos oportunistas les impedían el paso. Se oían más voces: los subalternos, las otras cuadrillas, los periodistas. Se oía por el hilo de la radio de color rojo al locutor enfrascado en conjeturas, diciendo que había signos de mejoría en el estado del chico. Sólo mentía. La salita estaba llena de envoltorios tirados. Todo tirado por el suelo, como pintado de sangre. Ya no se oía susurrar a Enríquez ni a las enfermeras.<br /> <br />En la radio portátil de color rojo, varias horas después, alguien ha dicho que al chico lo mandaron a morir a la arena. Y me importa una mierda. Las enfermeras de vez en cuando secaban sus dedos mojados de sangre en la bata. Le han visto echar el último aire, casi consciente, casi atento, casi mirándonos a Enríquez y a mí encima de la camilla metálica mientras ellas se afanaban asustadas pero profesionales, y él con ese rostro tan terriblemente arrugado. Entonces ellas volvieron a llorar y Enríquez y yo aguardamos escuchando al locutor. Algún día comprenderán, acerté a pensar.<br /><br />Afuera no hace más de quince grados. Sobre el escritorio hay una sola lámpara que ilumina el sillón y las hojas quedan en la oscuridad. La ciudad está en silencio y queda un olor de antes. Me he asomado al vidrio de la ventana y luego he girado sobre el armario para observar atónito y descubrir que se ven como halos en el espejo, y yo mirándome interrogado como convencido de la miserable vida cuando celebra la muerte, de que por una extraña ley no podía haber hecho nada para salvar la vida del matador de toros. <br /><br />Cuando termine la taza de güisqui lo que haré es llenarla de nuevo y hundirme en el viejo sillón, romper los papeles borroneados con lápiz y sintonizar un hilo de clásica en la radio de color rojo. Acaso intentar dormir, sorbo a sorbo, hasta que el chico cierre los ojos y deje de mirarme.jorgehttp://www.blogger.com/profile/06232875300341641092noreply@blogger.com5tag:blogger.com,1999:blog-8989874982341301266.post-17765459512231986962009-12-04T13:18:00.045+01:002009-12-05T11:27:09.128+01:00Leamos a Roberto BolañoPermanecí en la reunión una hora, calculo. En el bolsillo izquierdo de la zamarra, qué digo zamarra, en mi marinera tenía el teléfono y tenía una piedra en el pecho, por así decirlo. Tenía frío en las manos y al mismo tiempo tenía como ganas de que todo pasara rápido. Al salir de la reunión sé que seguí caminando, abriéndome paso entre las calles sin prestar demasiada atención a las huellas que iban quedando de mis pasos. Luego, algo sofocado, relajé la marcha y me detuve bajo la luz de una farola iluminada, fiel reflejo de esa noche violácea cuando el sol se apaga y no deja de llover. En una noche así se iba sumiendo Pamplona. Quería encender un cigarrillo y seguir caminando en dirección al número dieciséis de la calle Tudela. Aquella noche tenía que llegar hasta la <span style="font-weight:bold;">librería Auzolan</span>. Vámonos, rápido, me dije.<br /><br />La gente ya estaba sentada en el fondo de la librería cuando llegué. Después de intercambiar unas palabras con un fotógrafo que me ofreció un lugar, me senté en una sillita de madera y vi cómo el escritor y crítico literario <span style="font-weight:bold;">Roberto Valencia</span> hablaba y la gente escuchaba, les hablaba sin moverse de su sitio, ensoñado en un punto impreciso más allá de la salita, moviendo la cabeza varias veces, a su manera, navegando por el mundo clarísimo e inabarcable de <span style="font-weight:bold;">Roberto Bolaño</span> y su literatura.<br /><br />'<span style="font-weight:bold;">¿Por qué debemos leer a Roberto Bolaño?</span>' llevaba por título el encuentro que con las últimas luces del martes organizó el <span style="font-weight:bold;">Foro Auzolan</span> de la mano de Roberto Valencia. Un espacio que quiere arrojar luz a las ideas y a las emociones, a los discursos que vuelcan los libros sobre nosotros, a menudo jóvenes lectores de inocente entusiasmo. Porque el lector muchas veces nada sospecha y se entrega sin miedo y finge ver una silueta, creo yo, sólo una silueta o una historia que cuenta algo y que por momentos uno cree comprender en un rincón de su trastero, como si cada libro leído descansara en el trastero. Y como explicó en la radio Roberto Valencia hace varias semanas: “Esa necesidad normalmente permanece escondida porque no existen ni foros ni círculos, o existen muy pocos, en los que personas cualificadas puedan guiarnos en ese intercambio de ideas que el libro genera en nosotros”.<br /><br />Más que nada escuchábamos y respirábamos. Roberto Valencia seguía hablando con su voz despreocupada navegando por la literatura de Roberto Bolaño en un viaje largo, larguísimo, plagado de peligros, recorriendo la vida de Bolaño y el continente de unas letras que yo había captado mal o que de plano no había entendido.<br /><br /><a onblur="try {parent.deselectBloggerImageGracefully();} catch(e) {}" href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEj0D6rTBs5SaM9qNpydBtCAT3P-pxI3vmt3NJXmxJwUKp-7eRBFOgfCxY3LfcwQYqXeFTXQoAnQnNeH8db-pt2SntJyKqgDQ2IVdnseZg25AIFaHD_fisSB8xViIpsZnOx4HC1iFlVUlLc/s1600-h/Bola%C3%B1o.bmp.jpg"><img style="display:block; margin:0px auto 10px; text-align:center;cursor:pointer; cursor:hand;width: 200px; height: 190px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEj0D6rTBs5SaM9qNpydBtCAT3P-pxI3vmt3NJXmxJwUKp-7eRBFOgfCxY3LfcwQYqXeFTXQoAnQnNeH8db-pt2SntJyKqgDQ2IVdnseZg25AIFaHD_fisSB8xViIpsZnOx4HC1iFlVUlLc/s200/Bola%C3%B1o.bmp.jpg" border="0" alt=""id="BLOGGER_PHOTO_ID_5411413887901950194" /></a><br />¿Por qué hay que leer a Roberto Bolaño? Más allá de que evoque soledades, melancolía y carnicerías, y de que su largo y ancho viaje entre de lleno en el Mal, con mayúscula, hay una serie de razones a las que apuntó Roberto Valencia que a continuación citaré tal y como él explicó:<br /><br /><blockquote><span style="font-style:italic;"><span style="font-weight:bold;">1ª Razones literarias:</span> Bolaño es, o el último escritor del 'Boom' o el primer escritor que reniega del 'Boom', toda aquella narrativa latinoamericana que renovó profundamente la literatura en castellano y que abrió todo un continente a una nueva dimensión literaria. Bolaño es el primer escritor que planta un punto y aparte, y empieza escribir una novela realista, profundamente metropolitana, una novela que no está forzosamente planteada en Latinoamérica. <br /><br /><span style="font-weight:bold;">2ª Razones políticas:</span> Bolaño aborda el tema de la necrosis política de cierta parte de Latinoamérica, es decir, todo el tema de las dictaduras y la impugnación de derechos civiles, y lo hace sin ninguna concesión a la literatura maravillosa, a la literatura bonita. Cuando Bolaño nos habla de un dictador, nos habla desde la crudeza que deberíamos exigir a la literatura. No le añade florituras, no le añade sabor tropical, no le añade entornos maravillosos y nostálgicos.<br /><br /><span style="font-weight:bold;">3ª Razones estructurales</span>: Bolaño echa por tierra un montón de los cánones literarios de la novela actual no sólo en Latinoamérica, sino de todo el mundo, y varias de sus novelas no tienen final. Son novelas muy poco decimonónicas que plantean de una manera brutal qué es la novela, qué unidad interna tiene que tener la novela en un tiempo en el que la literatura se ha adocenado, se ha convertido en algo previsible con unas formas muy estandarizadas.<br /><br /><span style="font-weight:bold;">4ª Razones biográficas:</span> La vida de Bolaño logra captar la imaginación y la curiosidad del lector. Enseguida nos sentimos impresionados. <br /><br /><span style="font-weight:bold;">5ª Razones de estilo:</span> El estilo de Bolaño es arisco, difícil, crudo, doloroso. ¿Qué es una escritura de calidad?, le preguntaron una vez. Bolaño respondió: “Pues, lo que siempre ha sido. Saber meter la cabeza en lo oscuro, saber saltar al vacío, saber que la literatura, básicamente, es un oficio peligroso. Correr por el borde del precipicio, a un lado el abismo sin fondo y al otro lado las caras que uno quiere, las sonrientes caras que uno quiere y los libros y los amigos y la comida”. Bolaño está más del lado de quienes utilizan la literatura como un modo de conocimiento, pese a quien pese y duela a quien duela.<br /><br /><span style="font-weight:bold;">6ª Razones generacionales:</span> Como hemos dicho antes, Bolaño escapa de las coordenadas que trabajaron magistralmente García Márquez, Vargas Llosa, Carlos Fuentes, Alejo Carpentier, etc. <br /><span style="font-weight:bold;"><br />7ª Razones vitales</span>: Bolaño escenifica en su propia vida el compromiso vital entre la vida y el arte. No ceder un paso atrás cuando uno lo que tiene es un proyecto vital literario, y cuando uno lo que quiere es realizar una obra y dárnosla a nosotros como lectores. A Bolaño le surgieron bastantes posibilidades de mejorar su modo de vida. Vivir en la calle, en una casa que no tenía mesa o escribir en el suelo tuvo que ser doloroso para él. Las tentaciones de renunciar a eso e insertarse en una vida laboral más cómoda fueron frecuentes. Sin embargo, él tuvo claro que si trabajaba unos pocos meses al año ya sea como vigilante de camping o como limpia-platos, era realmente para pagar los grandes espacios de vacío y poder escribir aunque fuera en unas condiciones vitales duras.<blockquote></blockquote></span></blockquote><br />Luego Roberto Valencia se adentró en los temas del autor chileno dejando traslucir el tema central (poco abordado en la literatura contemporánea) del Mal como un cuento corto de terror, algo sobre lo que intentaré escribir, algún día, si es que soy capaz. <br /><br />Terminó el encuentro. La luna menguante se instalaba entre la lluvia y yo volví a casa deslizando pasos raudos por las calles de Pamplona, calles que se suceden una a otra y poco a poco, ordenadamente.jorgehttp://www.blogger.com/profile/06232875300341641092noreply@blogger.com6tag:blogger.com,1999:blog-8989874982341301266.post-13412947814492561642009-11-29T17:35:00.005+01:002009-11-30T10:49:06.167+01:00La Alameda (o la pérdida)Caminaba cabizbajo por la Alameda y Lucio creía que sí era un buen poeta. Rosa nunca se lo dijo, aunque sí lo pensaba. Le daba vergüenza afirmarlo, sentirse desnuda como se sentía, débil ante el torrente de una vida que imaginaba en hijos y un modesto apartamento en la playa. A su manera mantenía un estoicismo que nadie que lo cruzase adivinaría, y que ni siquiera, por muchos cenáculos literarios que hubieran frecuentado a lo largo de sus vidas, serían capaces de imaginar. Caminaba cabizbajo y cegado por la brillantina de una luna de plata que siempre, al anochecer, degüella los días. En eso pensaba e insistía con una rudeza ajena a un adolescente. La alta barda que caía a un lado proyectaba una sombra sobre el sombrero que portaba con arrojada sentencia. <span style="font-weight:bold;">Lucio se veía un poeta solemne que claudicaba ante todos</span>.<br /><br />Los médicos fueron francos con él. Rosa apenas hubiera aguantado una hora, unos minutos no más. Los médicos fueron escuetos y claros como deben ser. <span style="font-weight:bold;">La policía no detuvo al asesino hasta pasados dos años cuando otra jovencita apareció degollada. </span>Lucio pensó en el paseo que dio por la Alameda esos días más otoñales que nunca tres años atrás. Rosa tenía diecinueve años y él justo cumplía veintidós. Tenía una novela, su primera, a medio terminar. Rosa la leía y le sonreía cada vez que se miraban. No era una buena correctora. Siempre le decía «Me encanta pirata». «Gracias nena» le decía Lucio. Rosa le quería y Lucio lo sabía, y el poeta fracasado y la Rosita, como él la llamaba, tomaban champán y hacían el amor después de esas inmensas tardes a la vera de las olas en la playa de San Andrés rodeados de manuscritos sucios y mojados (con los poemas bañados en el mar salado) que ambos hundían hechos pedazos en montañas y castillos de arena. A Lucio le complacía la tenacidad con que la Rosita procuraba entender lo que escribía, como el poema en honor a Bolaño y los valientes con Billy the Kid descerrajando balazos de aquí para allá. «Es un esterpanto» decía Rosa. «Esperpento mi nena» decía Lucio. <br /><br /><a onblur="try {parent.deselectBloggerImageGracefully();} catch(e) {}" href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgqGu71ru0st6t-9R9Ynus_RKLWwvH1l1LJG8s5fBJHLZsDt3IsDribLqvZKP_T3fQvKY64TvThLka9bhYauSJ0DYhTzmTH4sj9Qgtg3CigIOBYFvXWsNLgWPKumckBpTffp75nPDZEFxY/s1600/fuente_sevilla.JPG"><img style="display:block; margin:0px auto 10px; text-align:center;cursor:pointer; cursor:hand;width: 320px; height: 215px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgqGu71ru0st6t-9R9Ynus_RKLWwvH1l1LJG8s5fBJHLZsDt3IsDribLqvZKP_T3fQvKY64TvThLka9bhYauSJ0DYhTzmTH4sj9Qgtg3CigIOBYFvXWsNLgWPKumckBpTffp75nPDZEFxY/s320/fuente_sevilla.JPG" border="0" alt=""id="BLOGGER_PHOTO_ID_5409569456504637890" /></a><br />Rosa avanzó varios pasos y de puntillas asomó la cabeza. En la fuente del parque unas llamas la hicieron sacudirse. Una risa brotó de la oscuridad y henchida con la diligencia de quien retuvo la valentía inocente de tantos poetas (y aquí, cuando Bolaño reprodujo el cruel asesinato en las dependencias de la comisaría del Distrito V con el detective Arturo Belano, <span style="font-weight:bold;">Lucio imaginó a la Rosita pensando en él y no pudo reprimir un puñetazo sobre la mesa.</span> La agonía del poeta que camufla el dolor. Se dio lástima y miró al techo de luces de neón evitando que algunas lágrimas entre millones que le sangraban por dentro encontrasen una salida al exterior del mundo, insultando a la fea dama que apresa jovencitas como Rosa y todas las... <span style="font-weight:bold;">¿Pero quién es valiente ante la muerte?</span>) introdujo el libro de poemas de Lucio por el agujero de la bolsa y marchó heroica hacia el misterio. Sus labios grises estaban encorvados; acaso predijeron la escena; la película en formato de ocho milímetros; poema fugaz y sincero de toda una vida al lado de Lucio, del poeta valiente, exiliado al fracaso y a la pérdida sin trabajo ni nómina, ni sueldo ni seguridad social; ahora exiliado eternamente de la Rosita que yacía hundida en los tentáculos cárdenos de la bella dama. <br /><br />«Una nueva carcajada la debió atacar de golpe» dijo Arturo Belano apurando el último cigarrillo. «Cierto, la Rosita no se hubiera dado la vuelta y la navaja no hubiera acertado en el...» Lucio se calló y sintió a la bella dama que brota sigilosa purgando sueños y fantasías de cualquier joven que espera satisfecho, seguro de su existencia y de su vida y ajeno al filo de la navaja rutilante que destella sorpresa y sumisión. El rostro de la joven se mantuvo incólume. Cerró los ojos y retrocedió dos pasitos para caer sentada de cuclillas mientras varios rayos de sol despuntaban tratando de atravesar el cielo encapotado del que brotaban los astros de un desierto negro que partía del horizonte, del final del cielo y de la tierra, y que <span style="font-weight:bold;">Rosa seguía recordando con cada vez más dilatados ojos, agonizando en ese charco helado color de rojo.</span><br /><br />Lucio hizo un gesto ecléctico: entre resignado y valeroso. Por lo menos ha aparecido el asesino, pensaba. «La pista del último cadáver nos llevó directos a él» dijo Bolaño. «Por eso te llamamos cuando lo apresamos esta mañana» dijo Arturo. Tomaron un taxi en la parada más próxima a la comisaría y Lucio y los dos detectives se dirigieron a la Alameda. Una vez que llegaron Lucio les dio un apretón de manos y la única foto que tenía de Rosa (ambos abrazados y Lucio dando la espalda a la cámara, sumido en el paisaje del mar azul; Rosa apoyada en su hombro mirando al fotógrafo desconocido) en la playa de San Andrés. <span style="font-weight:bold;">«No se si el regusto amargo de la pérdida se asienta mejor de golpe» dijo Lucio. «Entonces quédate la foto» dijo Bolaño.</span>jorgehttp://www.blogger.com/profile/06232875300341641092noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8989874982341301266.post-52500399021203395952009-11-25T13:12:00.036+01:002009-11-30T10:48:46.229+01:00Maneras de huirYa veis, vuelvo al librito <span style="font-style:italic;">Confesión</span> de Lev Tolstoi que terminé anoche.<br /><br />He leído y releído ciertos capítulos dos y hasta tres veces. Muchas páginas me bailan en la cabeza. En el capítulo VII, al no encontrar explicación al sentido de la vida en la ciencia, la verdad chica, Lev decide indagar en la gente que le rodea, les observa, ve cómo viven y cómo abren o entrecierran los párpados ante la pregunta que le condujo a la desesperación. Descubre cuatro maneras, cuatro 'estilos de vida' para no pensar, para huir de la pregunta. <br /><blockquote><span style="font-weight:bold;">1.</span> La primera dice que <span style="font-weight:bold;">la ignorancia es la salida</span>. Sin embargo Lev rechaza este postulado y pasa de largo mirando por el rabillo del ojo, riendo para sí. «Uno no puede dejar de saber lo que ya sabe» dice.<br /><br /><span style="font-weight:bold;">2.</span> La segunda de las maneras plantea lo siguiente: ¡Cerrad los ojos y disfrutad de cuantos bienes llegan a vuestras vidas, manos y cuerpos! <span style="font-weight:bold;">¡Come! ¡Bebe! ¡Fornica! ¡Goza todos los días de tu vida vanidosa!</span> Una vez más Lev gira el rostro, observa e imagina, digo yo, a Sócrates encima de su cabeza. Piensa con tristeza: ¡Estúpidos! ¿Hasta aquí nos ha conducido el «progreso»? «Yo no puedo imitar a esa gente, puesto que no tengo falta de imaginación y no puedo fingir que la tengo» dice Lev. <br /><br /><span style="font-weight:bold;">3.</span> Esta pasa por tenerlos bien puestos y, una vez que has descubierto la vida como mal y pura absurdidad, esperar la catarsis de una bala en la sien o la soga en el cuello. <span style="font-weight:bold;">Comprenderlo y sucidarse, vaya</span>. «Sólo actúan así personas que son fuertes y consecuentes» dice Lev. Y a propósito del sucidio, escribe <a href="http://www.arcadiespada.es/2009/11/21/21-de-noviembre/">Arcadi</a> que en Barcelona la mayoría de los jóvenes que mueren, decide morir a causa de su voluntad.<br /><br /><span style="font-weight:bold;">4. </span>La última de las maneras pasa por <span style="font-weight:bold;">ser débiles, bajarse los pantalones y esconderse de la broma</span> (estúpida) hasta que pase algo. Esperar y esperar, y mientras tanto vivir. En esta situación estaba Lev.</blockquote><br />Así que me he pasado varios días colgando etiquetas a la gente con esto de las maneras y/o estilos. Lo bueno es que, más tarde, en las páginas 72, 73, 77 y 83, Lev intuye errores y equivocaciones en su razonamiento. <br /><br />Pude imaginarlo en su escritorio, secándose el sudor y atusándose la barba, pensativo, dándole forma, entre suspiros pausados, a algo que no pudo llamar de otro modo que «conciencia de la vida». <br /><br />A partir de ahí hay más esperanza, o fe.jorgehttp://www.blogger.com/profile/06232875300341641092noreply@blogger.com6tag:blogger.com,1999:blog-8989874982341301266.post-14744287410758188772009-11-23T17:52:00.019+01:002009-11-30T10:48:33.552+01:00Tolstoi y el progreso<blockquote><span style="font-weight:bold;">Así, durante mi estancia en París, la visión de una ejecución me reveló la precariedad de mi creencia en el progreso</span>. Cuando vi desprenderse la cabeza del cuerpo y los oí caer por separado dentro de la caja, comprendí, no con la inteligencia sino con todo mi ser, que ninguna teoría de la racionalidad de la existencia y del progreso podía justificar un acto semejante, y que aun cuando todos los hombres desde la creación del mundo, hubieran creído conforme a cualquier teoría que algo así era necesario, yo sabía que era innecesario y equivocado, y por tanto <span style="font-weight:bold;">los juicios sobre lo que era bueno y necesario no debían basarse en lo que otros decían y hacían, ni tampoco en el progreso, sino en mi propio corazón</span>.</blockquote><br /><br />Fragmento de libro <span style="font-style:italic;">Confesión</span> de <span style="font-weight:bold;">Tolstoi</span>, donde emprende una búsqueda desesperada (pero cabal) del sentido de la vida. Como un pájaro caído del nido Tolstoi no sabía qué quería de la vida, pero al mismo tiempo esperaba algo de ella. (¿El qué? Leed el libro). En dicho extracto cuestiona la creencia del «progreso», superstición tan extendida que es el disfraz de la gente ante la incomprensión de la vida.<br /><br /><a onblur="try {parent.deselectBloggerImageGracefully();} catch(e) {}" href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEg2D3LgSO3DfxDecNH3HZB4KhukvYhMUC-UpqDqTDxgnXQTJUYBjg_QiBt5zfOknkPD-kiyPqOfQH6oaxSgtPOQ6_Ey7u6G1rvtKCSFLQ_spZbBNEByl3YUkaP8VscER2x1sfTcxeOXgNo/s1600/Lev+Tolstoy+-1882.jpg"><img style="display:block; margin:0px auto 10px; text-align:center;cursor:pointer; cursor:hand;width: 238px; height: 320px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEg2D3LgSO3DfxDecNH3HZB4KhukvYhMUC-UpqDqTDxgnXQTJUYBjg_QiBt5zfOknkPD-kiyPqOfQH6oaxSgtPOQ6_Ey7u6G1rvtKCSFLQ_spZbBNEByl3YUkaP8VscER2x1sfTcxeOXgNo/s320/Lev+Tolstoy+-1882.jpg" border="0" alt=""id="BLOGGER_PHOTO_ID_5407349760314793250" /></a>jorgehttp://www.blogger.com/profile/06232875300341641092noreply@blogger.com4tag:blogger.com,1999:blog-8989874982341301266.post-59087508185006832732009-11-19T18:37:00.021+01:002009-11-30T10:48:17.820+01:00Una imagen de ParísComo todos los miércoles anoche fui a ver a mi abuela y mientras daba los últimos sorbos a una taza de manzanilla hablamos de la familia, los bisnietos, la vida y los piratas. Me confesó que no puede salir a pasear todo lo que ella quisiera. Luego asintió al aire sonriendo con la mirada brillante, todavía azul, que conserva lucidez y años a la espalda.<strong>'¿Vas a ir a París?' preguntó. </strong><br /><br />Y a lo que iba. <strong>Cuando hizo la pregunta recordé el único y fugaz viaje que me llevó allí cuando la noche se hundía sobre el barrio de Monmartre, exactamente en un Boulevard cuyo nombre he olvidado.</strong> Una de las ilusiones que tenía al llegar a París, mi primera vez, era caminar el piso del barrio de <em>Amelie</em>, sí, el de la película, y adentrarme a través de sus callejuelas repletas de cafés acristalados y gente ensimismada en la contemplación de cientos de comercios que abarrotan cada acera. <br /><br /><strong>Me gusta viajar solo, esperar en los aeropuertos, entrar en Cafés de ferrocarril que olvidaron la estética propia de las estaciones de antaño como la de Valladolid, por ejemplo.</strong> Me gusta viajar y vagar sin planes concretos, alejarme de todo y observar sin que nadie rompa un silencio interior que de algún modo es el mismo silencio con que observábamos las cosas de pequeños. Entonces nos movíamos por impulsos instantáneos. Hoy en día no sé cuánto de eso se ha perdido. Palabras magnéticas en nuestros oídos, carnavales de colores en nuestros ojos. Ilusiones indescifrables con apenas un gesto, una mirada o el reflejo de alguien. Éramos quebrantables y sin embargo soñábamos. Hoy somos igualmente quebrantables pero ya no soñamos.<br /><br /><strong>Y si hay una imagen que no puedo olvidar es la que encuadré con el objetivo de la cámara sin llegar a disparar.</strong> Era una banda de cuatro vagabundos que miraban con ojos de locomotora, como las abandonadas en viejas estaciones que de noche sueñan con chupar carbón como en los viejos tiempos de amor absoluto, soñando con volver a recorrer sobre puentes y huellas luminosas la senda de raíles oxidados. Pero nada de eso, de hecho, mientras imaginaba la historia de ese rectángulo invadido por el ojo analógico ya era demasiado tarde y los cuatro descansaban entre humo de cigarrillo y cartones de vino en un banco de madera contiguo a la Catedral de Nuestra Señora.<br /><br />Aquellos hombres estaban solos. Es más, hubieran pasado desapercibidos si no llega a ser por cientos de palomas grises que levantaban vuelos acrobáticos como los Spitfire de la 2ª Guerra Mundial, antes de ser abatidos por tormentas de artillería, e incluso trepaban por los brazos trenzando piruetas con tal de cazar una migaja de pan en la ciudad de la luz.<br /><br />Luego volví sobre mí, acompañé a mi abuela a la salita y disertamos en torno a la política sin llegar a conclusión alguna. <strong>Aún quedan imágenes y vida por delante, pensé. Para ella y para mí.</strong><br /><br /><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhA2E98CbXPsSMSrMNqFP_zTCjm-lP_TMdmQJxFlEWG4IUKQAqC7RAnSRBKS3QRl6AdhNbOKLLK9yhrDKEY_fvVqkvoUdTet94qBNY4lINuJYyIgXToVCQHafDizYRManJCrE04DBTiVpM/s1600/junto+al+puente+de+Notre+Dame.jpg"><img style="display:block; margin:0px auto 10px; text-align:center;cursor:pointer; cursor:hand;width: 285px; height: 400px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhA2E98CbXPsSMSrMNqFP_zTCjm-lP_TMdmQJxFlEWG4IUKQAqC7RAnSRBKS3QRl6AdhNbOKLLK9yhrDKEY_fvVqkvoUdTet94qBNY4lINuJYyIgXToVCQHafDizYRManJCrE04DBTiVpM/s400/junto+al+puente+de+Notre+Dame.jpg" border="0" alt=""id="BLOGGER_PHOTO_ID_5406278981857834178" /></a>jorgehttp://www.blogger.com/profile/06232875300341641092noreply@blogger.com3tag:blogger.com,1999:blog-8989874982341301266.post-5155288504390875302009-11-18T11:15:00.008+01:002009-11-30T10:48:03.155+01:00A veces...A veces no me gusta estar solo.<br /><br />Después de cenar todos se han ido a sus habitaciones y yo he regresado a la mía. <span style="font-weight:bold;">No tenía sueño y al cabo de una hora he salido afuera, donde se amontonan preguntas, a sentarme en las escaleras junto al comedor.</span> El sol se había puesto hacía rato, quedaban dos horas para la medianoche y la luna esperaba arriba, en lo alto, grande y púrpura en un cielo sin nubes. En cierto modo era hermoso. Permanecí sentado en las escaleras del comedor, en el aquí y ahora, sin decir nada, sin pensar nada, sin mover un pie ni un brazo por simple acomodación, <span style="font-weight:bold;">tal vez como dos planetas que siguen rutas distintas, como dos manos humanas que se despiden alejándose de los bordes dentados y engrasados de un engranaje, creyendo que todo se hace a lo fácil, a máquina, sin latidos</span>, y sin embargo, nada estaba a mi alcance de ningún modo por lo que no tenía mucho sentido seguir ahí. Como un intruso me levanté y caminé despacio por el suelo de baldosas rodeando la enfermería, acariciando los talleres y el comedor hasta mi habitación. <span style="font-weight:bold;">Sólo quedaba el guarda en la sombra con su kalaschnikov, algunas luces y un murmullo que trepaba por las altas ventanas del dormitorio de los chicos</span>. <br /><br />Me preguntaba si en nuestro mundo, que de tan insensibles olvidamos la dignidad de las personas, <span style="font-weight:bold;">donde pensar de modo tan distinto es a veces tan severamente juzgado</span>, tienen sitio personas como éstas, y si en definitiva, no es mejor abandonarse al «no poder », al «no querer saber», al pasar páginas «sin compasión».<br /><br /><span style="font-weight:bold;">A veces me gusta estar solo.</span><br /><br /><span style="font-style:italic;">PD: es el fragmento de un texto que escribí hace un tiempo tras compartir la vida en el centro de acogida Don Bosco para niños de la calle, en Infulene, Maputo.</span>jorgehttp://www.blogger.com/profile/06232875300341641092noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-8989874982341301266.post-27636245601239416542009-11-12T15:06:00.011+01:002009-11-30T10:47:50.804+01:00el TiempoDesde que la conocí me pasaba los días cautivo en el único bar de la ciudad. No era nada que mereciera el placer pero el tiempo anidaba y yo carecía de compromisos laborales. Era un recién licenciado en una carrera de ciencias y había optado por el camino de la lanza libre, fácil y directo pero quebradizo. Llevaba a cuestas, entre otras cosas, un viejo reproductor de cedés y dentro, regulando el corazón cual gramola, <span style="font-weight:bold;">sonaba <span style="font-style:italic;">A thousand Kisses Deep</span> de Chris Botti y su mágica trompeta</span>. A veces leía algo, otras tomaba té con medialunas y casi siempre me divertía observar a la gente cuando empujaban la puerta y el batiente, de madera y hierro, hacía sonar una campanilla que resonaba por todo el local. <br /><br /><object width="353" height="132"><embed src="http://www.goear.com/files/external.swf?file=bc7c11b" type="application/x-shockwave-flash" wmode="transparent" quality="high" width="353" height="132"></embed></object><br /><br />Entonces, cuando llegó el día volviéndose corto el calendario, fui a buscarla y nos dirigimos en taxi al aeropuerto. Volamos catorce horas antes de aterrizar en un país lejano. Al llegar supe que a ella le gustaban los sitios cómodos pero allí no había un lugar así a donde ir. Caminamos desde la pista de los aviones en busca del bazar central, ella y yo, decididos a celebrar el encuentro después de tanta ausencia. Ella vestía un <span style="font-weight:bold;"><span style="font-style:italic;">shalwar kameez</span></span> que le iba como la seda. <br /><br />—He traído el vestido nuevo para que lo veas —dijo.<br />—Estás guapísima —dije yo. Y lo pensaba de verdad. <br /><br />Me entraron ganas de contarle historias de este país y de su gente que, como alguien decía, se encuentran entre los más extraordinarios de la Tierra. La cogí de la mano, la llevé hasta un patio y dije:<br /><br />—Toma.<br />Ella no lo comprendió bien del todo.<br />—Es un regalo —aclaré.<br />—¿Para quién?<br />—Para tí.<br />—Estás loco.<br /><br />Nos abrazamos como dos chiquillos. El regalo consistía en un pequeño corazón de madera, tallado con habilidad mística, que al girarlo sobre uno de sus ejes dibujaba un cruz. Un día, hace pocos meses, el azar me había hecho darme de bruces con el viejo boceto que guardaba en uno de mis libros, y más tarde había encontrado en la ciudad al artesano capaz de construir aquello que yo había sido incapaz, perdida la paciencia, semanas atrás. <br /><br />Llegamos a una plaza enorme. <span style="font-weight:bold;">En medio del caos estaba el Gran Mausoleo que domina el bazar central, a donde millares de hombres y mujeres todavía acuden para rezar y presentar sus respetos.</span> El hombre a quien está dedicado debió ser el fundador de la nación. <br /><br />Todo era un paisaje de agujeros de piedra acribillados por la artillería. En las calles había quien rezaba, quien leía y quien alienaba objetos poniéndolos en orden, para vender. Luego empleamos un buen rato en buscar alguna calle tranquila y nos topamos con un pequeño restaurante que ofrecía tés variados y un buen puré. Ella no había comido en un restaurante así en su vida. Empujé la puerta y el lugar estaba vacío. El camarero, un hombre alto y de buena complexión, de barba corta y rojiza, con la cabeza cubierta por un sombrero blanco, nos recibió con una amplia sonrisa que luego torció en una mueca de circunspección. <span style="font-weight:bold;">Nos miró a los dos y dijo que, de hecho, los forasteros no van nunca al restaurante.</span><br /><br />Después de comer caminamos lentamente respirando silencio, el último regalo cuando no hay palabras. Fuera la ciudad había desaparecido tragada por la nube de arena. Las farolas iluminadas parecían circular como los ojos encendidos de los automóviles. <span style="font-weight:bold;">Ella comenzó a decir algo haciendo que aquel momento y aquella cercanía duraran. </span><br /><br />—Las cosas todavía tienen una razón y las palabras todavía señalan las cosas —dijo despacio, como sin querer.<br /><br /><span style="font-weight:bold;">¿Qué se supone que quiso decir? Aún le doy vueltas al asunto.</span> El caso es que aquél día, detrás de la nube de arena lucía un hermoso sol difuminado y <span style="font-weight:bold;">el hecho de ir caminando por aquél lejano país, con ella al lado, fortalecía la idea de que nosotros somos el Tiempo, sin antes ni después, y de que estamos hechos para algo mejor que el desarraigo.</span>jorgehttp://www.blogger.com/profile/06232875300341641092noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-8989874982341301266.post-53401543670755698862009-11-09T21:19:00.010+01:002009-11-30T10:47:32.892+01:00Mortales que fingen ser eternosCuando tenía trece años y volví de la escuela mi madre me dijo: «Corre al cuarto a ver lo que te han traído».<br /><br />En el cuarto había un gran sobre amarillo. Estaba apoyado sobre la silla. <span style="font-weight:bold;">Yo nunca les había dicho a mis padres que pasaba los días en la escuela tramando habitar planetas y estrellas, alejándome de las penas naturales</span>. Mi madre lo dejó en el cuarto para darme una sorpresa. Así que no tuve más remedio que alegrarme muchísimo y correr con todas mis fuerzas por el pasillo. El sobre venía desde Houston, donde está el cuartel general de la agencia norteamericana del espacio. Quiero decir, el remite dejaba bien claro quién lo enviaba: la NASA.<br /><br />Era un sobre amarillo y grande. Al principio no sabía qué hacer, si abrirlo rápidamente o contemplarlo lleno de emoción delante de mi madre que estaba apartada mirándome bajo el vano de la puerta con la cabeza gacha y la nariz rozándole las rodillas.<br /><br />Uno puede querer mucho una cosa. Luego pasan los años, va y se olvida. O quiere mucho otra cosa, o ya no quiere nada y vive como si cada día fuera uno más. ¡Sólo uno más! Mortales que fingen ser eternos. <span style="font-weight:bold;">Y eso me pasó a mí cuando cumplí catorce años y me olvidé de la carta y de ser astronauta</span>. <br /><br /><a onblur="try {parent.deselectBloggerImageGracefully();} catch(e) {}" href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgfl6ETmUM5zLJ7LBD_VV_3RQy5ZfOiqNozSkM7C1kOtOzjZCM0rPJNtzOl26atisrJ4KMY5CkshCvNik1dzuUaMkVVD3ro7hyphenhyphenqIkhZbmeia108qu1TEbFlbNIWwrCQ8P4WtQwFcteMUtk/s1600-h/mortale_eternos.jpg"><img style="display:block; margin:0px auto 10px; text-align:center;cursor:pointer; cursor:hand;width: 264px; height: 320px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgfl6ETmUM5zLJ7LBD_VV_3RQy5ZfOiqNozSkM7C1kOtOzjZCM0rPJNtzOl26atisrJ4KMY5CkshCvNik1dzuUaMkVVD3ro7hyphenhyphenqIkhZbmeia108qu1TEbFlbNIWwrCQ8P4WtQwFcteMUtk/s320/mortale_eternos.jpg" border="0" alt=""id="BLOGGER_PHOTO_ID_5402400414357604418" /></a><br />Es difícil querer una cosa sin creer en ella, y alguna vez uno se ve tentado. Por ejemplo, muchas personas van a misa los domingos porque es un deber, dicen predicando sin mucha gana. Pero luego dan un mal paso y ellos sólo se aman a sí mismos; cambian la sonrisa por el desprecio, como si nada quisieran repartir. Entonces un áspero pensamiento me asfixia: ¡El amor no puede ser así! <br /><br />Yo suelo ir a una iglesia de la compañía de Jesús donde (salvando por obvia la fe) el ingenio, el amor y el heroísmo son cimientos de su obra. Gracias a Dios el Padre jesuita es un hombre duro y valiente. Me recuerda a <span style="font-weight:bold;">Clint Eastwood</span> en su papel de <span style="font-weight:bold;">El Extranjero</span> en <span style="font-style:italic;">Infierno de Cobardes</span>, aunque el vaquero del Oeste es un verdadero hijo de puta. El resto de personajes son miserables que destilan traición y cobardía, y se pudren en un pueblo de paisajes abrasados. Es por ello que <span style="font-weight:bold;">El Extranjero</span> ejecuta la venganza personal en una atmósfera de justicia poética. <span style="font-weight:bold;">¿No es antes preferible un mundo de canallas que uno de cobardes?</span><br /><br />Si de algo estaba seguro varios años después, a pesar de haber vivido tan poco tiempo y tras abandonar la escalera a las estrellas, es que la gente debe rebelarse, tarde o temprano, en contra de la uniformidad y la indiferencia. <br /><br />Eso hizo <span style="font-weight:bold;">El Extranjero</span>, que era un canalla pero tenía valor.<br /><br /><span style="font-weight:bold;">Y a eso hemos renunciado nosotros, hoy en día, en medio de una ingeniería social 'bienintencionada' que se levanta como erial de la muerte tibia</span>, dejando escapar la necesidad urgente de emprender cualquier proeza con tal de ser indiferentes a la débil naturaleza de la justicia; con tal de sabernos vencidos y sin compasión.jorgehttp://www.blogger.com/profile/06232875300341641092noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-8989874982341301266.post-41269156768469210252009-11-07T18:30:00.010+01:002009-11-30T10:47:18.329+01:00PreguntasHay días en que uno se levanta haragán, recorre el pasillo hasta la cocina, abre un armario, toma con sigilo un vaso de cristal o una taza y la llena de café. Las más de las veces café del día pasado, amargo y duro, extinto de aroma y que sabe a rayos. En días así uno siente en el estómago una losa pesada, como un cuadrúpedo o toda una línea de cincuenta percherones forrados de hierro, con los fulanos encima dispuestos a usar el martillo y lo que hay detrás para prepararlo: decenas de caballos, sesenta o más palafreneros, castillos, tierras y siervos, remordimientos que no expían. Entonces uno se hace preguntas, o al menos lo intenta. <span style="font-weight:bold;">¿Esta Europa va a ser una casa o un mercado?</span><br /><br />Empiezo a sollozar en un silencio totalmente elocuente. Al otro lado de la ventana hay un runrún, miro y sin embargo todo está callado y parece tarde y huele tarde. Mi pavor aumenta por momentos. Me hago preguntas. <span style="font-weight:bold;">¿Por qué la mayor parte de las caras de la gente parecen tan agobiadas o inexpresivas o amargas?</span><br /><br />Anoche, mientras cenábamos, tuve la extravagante idea de proponer a papá y mamá deshacernos de la televisión. Sólo lo pasaremos mal una semana, dije. Luego no la echaremos de menos y estaremos en paz, añadí en un intento futil por convencerlos. <br /><br /><a onblur="try {parent.deselectBloggerImageGracefully();} catch(e) {}" href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEh5L4I6u_RuJWmqRxPLmM8liDFn2eDdjUDjhpPCQ8EcIEo927tFPQZMBXmkOAil9Yv0VOPx6m8uB40jkd2MFFXGV6jCSoGB6z7tcS27_h6L8Cab3q58vndOmrpeV8DxBVmLBJuGR-bvkvg/s1600-h/Rudolf.jpg"><img style="display:block; margin:0px auto 10px; text-align:center;cursor:pointer; cursor:hand;width: 320px; height: 319px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEh5L4I6u_RuJWmqRxPLmM8liDFn2eDdjUDjhpPCQ8EcIEo927tFPQZMBXmkOAil9Yv0VOPx6m8uB40jkd2MFFXGV6jCSoGB6z7tcS27_h6L8Cab3q58vndOmrpeV8DxBVmLBJuGR-bvkvg/s320/Rudolf.jpg" border="0" alt=""id="BLOGGER_PHOTO_ID_5401416452236698050" /></a><br />Ya en los años 30 <span style="font-weight:bold;">Rudolf Arnheim</span>, gran teórico de la cultura, advirtió de que la televisión iba a ser una de las pruebas más rigurosas para nuestro conocimiento. Nos alertaba de que la televisión podrá enriquecer nuestras mentes pero también podrá aletargarlas. <span style="font-style:italic;">«El ser humano confundirá al mundo tal como lo perciben sus sensaciones con el mundo interpretado por el pensamiento, y creerá que ver es comprender»</span> escribió en su libro <span style="font-style:italic;">Film as Art</span>. <span style="font-weight:bold;">¿Por qué hemos permitido que la televisión se convierta, dentro de la sociedad moderna, en uno de los instrumentos más poderosos de formación y socialización de las personas?</span> ¿Por qué hemos permitido que sustituyan en buena parte a la familia, la escuela o la Iglesia como instancia de creación y transmisión de la cultura? ¿Por qué hemos permitido que sea una gran fábrica de consumo social y de alienación masiva? <br /><br />Era lógico que papá y mamá no me tomaron en serio, pero estar en paz era algo que de verdad creía.jorgehttp://www.blogger.com/profile/06232875300341641092noreply@blogger.com0