5.11.09

El arco de colores

El arco de colores era Infulene, un nido en los arrabales de Maputo. Allí, a finales de 1988, el día después del fin de dieciséis años de guerra civil, varias hermanas salesianas fueron en busca de un sueño que es el más atrevido, entregar amparo donde hay olvido, y enfrentadas al odio de los bravos, a ideologías con metralleta, a múltiples peripecias y persecuciones políticas, levantaron, hombro con hombro y piedra a piedra, el centro de acogida Don Bosco para niños de la calle. Hoy en día, con sus luces y sus sombras, como el corazón de una orden que no se da nunca por vencido, el lugar es también una escuela primaria de niños y niñas.

El complejo del centro de acogida lo forman diez edificaciones de una sola planta, todas separadas y construidas en un sólido estilo que recuerda al de los barracones militares y a la «Escuela Técnico Oficial», cercana a Kigali, en la que se inspiró la película Disparando a perros.

Cuando se abrió la casa de acogida entraron hacia este resquicio de luz en la miseria, con problemas nada superficiales, más de dos centenares de niños con derecho al amor, huérfanos y abandonados, de entre seis y ocho años. Veinte años después apenas quedan veinticinco chicos.


Estábamos a mitad de camino, desconcertados por un atardecer intermitente y una brisa fresca. María Luisa hablaba del país, porque durante muchas semanas lo había sufrido en los rincones del alma. Alzó un párpado y luego un dedo, se ajustó las gafas y continuamos esquivando las piedras del camino, cautelosos, aprendiendo algo de la soledad.

—Durante la guerra las calles estaban desiertas. La paz llegó el 4 de octubre —un breve silencio abrazó el rugido del todoterreno y la misionera continuó hablando— Al día siguiente aquí había decenas de personas preparadas para trabajar la tierra. Antes de la guerra la gente no trabajaba porque los militares y los soldados lo robaban todo. Y para robar mataban. Entonces nadie cultivaba nada porque tenían miedo. ¡Era muy miserable… dieciséis años de guerra civil! —dijo forzando los labios a mantener un principio de sonrisa, tal vez amable, conservando algún secreto.

—Es una historia triste —añadió sin hacer mucho ruido.