12.4.10

Guatemala ajena, a quemarropa...

“Después de todo no duermo bien” me dice H en la última carta. Me parece que tiene el alma agotada y el corazón oprimido. Es posible que ahora H, con el aspecto de quien espera algo, esté recorriendo las ruidosas calles de la colonia Gerardi en Ciudad de Guatemala. La colonia se construyó ―con el empuje de los maristas― para recibir a la población desplazada tras el paso de Mitch y su lluvia rota.

H tiene ojos oscuros, iluminados, a veces tristes, como si hubieran visto más lágrimas que nadie; como un barco que está queriendo hundirse en medio del color de la noche. H se asoma al horizonte, llena de fe estira los ojos hacia el cielo y ve una luz. "Que no decaiga tu fe, Jorge" me insiste. Cuando la recuerdo no le tengo miedo al Infierno. Entonces, confiado, dejo caer los brazos.

Con la última carta ―recibida hace una semana― ha trepado a mi memoria una frase del escritor Kirmen Uribe: “Las casas se mueren si nadie las habita, y también las personas”.

En cada carta que recibo H me habla de personas y casas que mueren sin un triste norte, en lo que todo es casual y corriente; me habla de una «Guatemala ajena, a quemarropa, verde y real» desde un amor y un dolor, ambos, que se necesitan como en un riguroso programa; me habla de un país de luchadores incansables que no ha despertado del todo; un país en el que aparentar es repulsivo y odioso, pero necesario; me habla de un país precioso que estalla cada día en un dramático clamor, sumido en el agujero negro de la historia y capital de la violencia no sólo por estadística.

Pero sobre todo me habla de personas.

Si no ha regresado antes a casa es para evitar que otros hogares caigan como flores en la cuneta. Sin embargo, es tal vez inevitable porque allí enfrente está, fácil, la posibilidad de la muerte, su sombra, cercana, dejando apenas un aviso para brotar por doquier y entrar, como por una escalinata alfombrada, vaciando sus puños por la tierra. Es una idea insoportable que H no permitiría por nada del mundo.

“Nada mejor cabe esperar” dicen muchos. Ella se resiste. Muchas veces pierde. Otras, gana. Así es H, valiente en extremo.