25.11.09

Maneras de huir

Ya veis, vuelvo al librito Confesión de Lev Tolstoi que terminé anoche.

He leído y releído ciertos capítulos dos y hasta tres veces. Muchas páginas me bailan en la cabeza. En el capítulo VII, al no encontrar explicación al sentido de la vida en la ciencia, la verdad chica, Lev decide indagar en la gente que le rodea, les observa, ve cómo viven y cómo abren o entrecierran los párpados ante la pregunta que le condujo a la desesperación. Descubre cuatro maneras, cuatro 'estilos de vida' para no pensar, para huir de la pregunta.
1. La primera dice que la ignorancia es la salida. Sin embargo Lev rechaza este postulado y pasa de largo mirando por el rabillo del ojo, riendo para sí. «Uno no puede dejar de saber lo que ya sabe» dice.

2. La segunda de las maneras plantea lo siguiente: ¡Cerrad los ojos y disfrutad de cuantos bienes llegan a vuestras vidas, manos y cuerpos! ¡Come! ¡Bebe! ¡Fornica! ¡Goza todos los días de tu vida vanidosa! Una vez más Lev gira el rostro, observa e imagina, digo yo, a Sócrates encima de su cabeza. Piensa con tristeza: ¡Estúpidos! ¿Hasta aquí nos ha conducido el «progreso»? «Yo no puedo imitar a esa gente, puesto que no tengo falta de imaginación y no puedo fingir que la tengo» dice Lev.

3. Esta pasa por tenerlos bien puestos y, una vez que has descubierto la vida como mal y pura absurdidad, esperar la catarsis de una bala en la sien o la soga en el cuello. Comprenderlo y sucidarse, vaya. «Sólo actúan así personas que son fuertes y consecuentes» dice Lev. Y a propósito del sucidio, escribe Arcadi que en Barcelona la mayoría de los jóvenes que mueren, decide morir a causa de su voluntad.

4. La última de las maneras pasa por ser débiles, bajarse los pantalones y esconderse de la broma (estúpida) hasta que pase algo. Esperar y esperar, y mientras tanto vivir. En esta situación estaba Lev.

Así que me he pasado varios días colgando etiquetas a la gente con esto de las maneras y/o estilos. Lo bueno es que, más tarde, en las páginas 72, 73, 77 y 83, Lev intuye errores y equivocaciones en su razonamiento.

Pude imaginarlo en su escritorio, secándose el sudor y atusándose la barba, pensativo, dándole forma, entre suspiros pausados, a algo que no pudo llamar de otro modo que «conciencia de la vida».

A partir de ahí hay más esperanza, o fe.