27.9.10

Una nueva Edad Media

Un hombre está sentado al otro lado de la acera, tras un paso de peatones. El hombre, por lo demás de boca gruesa y rostro digno, bebe vino mientras observa a un lado y luego al otro antes de extender la mano para pedir algo, dinero o un cigarrillo. Es tarde de verano en una ciudad española de la costa, a orillas del mar Mediterráneo. Ahora el hombre se inclina sobre el cartón, se detiene antes de pegar los labios y extiende una amplia sonrisa. El sol aún ilumina por entre las ramas de un árbol, los edificios y las nubes. Cada cosa tiene su tiempo. De repente, con una piedad que no sospecharíamos, se da cuenta de que existe. Es de esas raras personas que pueden amar la vida por lo que ésta tiene de más sencillo y de más bello. Los ciudadanos van de una calle a otra y se oye, además de ruido ‒un ruido descomunal de automóviles y voces‒ música de fondo; notas sueltas y cada vez más calladas. Como ya he dicho, es tarde de verano. Los últimos días antes del otoño cuando la ciudad disfraza la desgana en el corazón. Junto al equipaje del hombre, a sus pies y a orillas de un árbol, descansa un libro de Berdiaev.