20.7.10

A la zaga del Tiempo

En el momento en que apoyé ambos ojos sobre la pantalla del ordenador para leer la prensa digital comprendí que no había una sola razón para no ir. El reloj, rodeado de anaqueles, folios y páginas arrancadas de revistas, caminaba bastante lentamente hacia el mediodía del veinticinco de mayo. Una vez más tuve que ser rápido. El hombre a quien de alguna manera iba a ir a visitar, y a quien secretamente considero un amigo a pesar de lo irracional del hecho, ahora vive en un lugar que se encuentra a la zaga del tiempo. Un sitio poco adecuado, a estas alturas, para encontrarnos en el que todo —o no todo— se detiene por completo.

Ya puestos a ello me había autoconvencido de que no iba a ser posible que fuera. Primero pensé en realizar una llamada telefónica, pero esto no hubiese sido totalmente cierto debido a las circunstancias. Así es como empecé a pensar qué decir a su madre si al final me quedaba en Pamplona y marcaba los nueve dígitos en el teléfono móvil.

Al final fui. Tampoco tuve que realizar ninguna llamada. Supe que de no haber ido hubiese sido descortés por mi parte. Eso creí entonces.

Recorrí las calles de Pamplona obligándome a buscar una combinación de trenes que me acercaran a la ciudad Condal. Llegué a Barcelona siete horas más tarde y subí a un taxi. El taxista, un tipo sensato con la frente despejada, habló de política hasta que le solté un billete y me bajé para entrar en el edificio con esos nervios que en ocasiones uno es incapaz de mantener bajo control. Caminé hacia la salita tratando de decidir qué decir una vez que me reencontrara con Pato, envuelto en una multitud de pensamientos, llevándome la mano a las gafas constantemente, observando quién había entrado hasta ese momento en la salita donde el brillante fotoperiodista argentino Walter Astrada iba a recibir el IX Premio Miguel Gil de Periodismo.

"Nuestro trabajo es demostrar a la gente que no podrán poner ninguna excusa de que no sabían lo que estaba pasando" declaró Astrada para añadir luego: "Cada vez que estoy haciendo fotos o trabajando, tengo la sensación, pienso en que llevo una cámara que vale un montón de pasta enfrente de niños que se mueren de hambre. O en el caso de Madagascar, donde estaban matando a muchísimas personas. De verdad, creo que es nuestro trabajo, el trabajo que elegimos, estar ahí y demostrar lo que está pasando".

Lo que a continuación sigue son las palabras de Santiago Lyon antes de que se hiciera entrega del merecidísimo premio a Walter Astrada, quien se emocionó en una geografía de silencios por el recuerdo de Miguel y la presencia de Pato. Y es que Miguel estaba allí, con Walter y con todos, como había señalado Santiago. De otra manera pero definitivamente presente, un años más. A la zaga del Tiempo.

[+] En voz de Santiago Lyon:
Muy buenas tardes a todos y, en especial, a Doña Pato. Parece mentira que hayan pasado diez años desde que murió Miguel. De otras cosas me doy cuenta porque ahora necesito gafas para leer. Hablo en nombre del jurado, también a título personal, pero quiero reflejar algunos aspectos de Miguel, de su trabajo.

El día de ayer, hace diez años, una lluvia de balas acabó con las vidas de Miguel Gil Moreno y de uno de sus compañeros de viaje, el periodista estadounidense Kurt Schork. Y también ese día murieron cuatro de sus escoltas. Esa muerte de Miguel aquél día en una carretera de tierra, en la jungla de Sierra Leona, fue un golpe durísimo y una pérdida inmensa para mucha gente. La madre perdió a su hijo; sus hermanos perdieron a uno de los suyos; sus compañeros de trabajo perdieron a un periodista ejemplar y, en muchos casos, a un buen amigo; los telespectadores alrededor del mundo perdieron una cámara que servía de antorcha, que iluminaba los rincones más oscuros y violentos de nuestro mundo. Aquél día muchas personas perdieron su voz, su forma de ser escuchados a través de los reportajes que hiciera Miguel, sobre todo de los reportajes que todavía tenía por hacer. Aquél día todos perdimos a alguien extremadamente importante.

Pero, ¿quién era este hombre? ¿Quién era Miguel Gil Moreno de Mora? Yo le recuerdo como un hombre guiado por la fe. Más bien guiado por dos fes. Su fe religiosa, su profunda creencia católica, cristiana. Y la fe que tenía en la importancia y el valor de su labor periodística. Les hablo de la creencia, de la convicción, de la confianza, de la fe que guía cada día a miles de periodistas alrededor del mundo. La fe que tienen sus palabras, sus imágenes o el sonido que graban sirve para denunciar los males del mundo en que vivimos. La fe que tenemos los periodistas que, a través de la labor informativa, podemos hacer del mundo un lugar más justo y mejor para todos. Y la fe que tantos lectores depositan en los informadores para que les contemos las cosas tal y como son. La fe de que el periodismo ocupa un lugar imprescindible en cualquier sociedad democrática.

Miguel tenía y vivía esas dos fes: la religiosa y la profesional. Y ambas lo guiaban para quedarse en lugares a donde muy pocos querían ir. Por ejemplo, el asedio de Sarajevo donde aprendió por primera vez a manejar una cámara de video en circunstancias dramáticas, donde se enamoró de la imagen en movimiento y donde se dio cuenta del poder que tenía entre sus manos para dar voz a los sin voz. Saltamos a Kosovo, a finales de los años 90, donde Miguel logró convencer a las autoridades serbias para que le dejaran quedarse en la capital, Prístina, después de que todos los demás periodistas extranjeros fueran obligados a abandonar el país. Ahí logró grabar imágenes de la expulsión de centenares o miles de civiles kosovares en tren, imágenes que recordaban los viajes mortales que fueron obligados a hacer los judíos durante la tiranía nazi. El asedio de Grozni, en Chechenia, donde se libraba una guerra tan brutal que los historiadores la han comparado con los peores momentos de la Segunda guerra mundial, en lo que se refiere a la cantidad de proyectiles y otras armas lanzadas en contra de la población civil. El trabajo que hizo Miguel en Chechenia fue extraordinario, no tanto por las imágenes que logró grabar, que eran pocas y que tardaron en salir por problemas de comunicación, sino por la valentía que demostró tener. Ese viaje a Grozni fue una especie de bautismo de fuego, un viaje extremadamente peligroso que Miguel creyó necesario y en el que depositó toda la convicción, toda la fe que poseía en aquel momento.

Así que, ¿quién era este hombre? Para mi un hombre con el corazón enorme. Un hombre dedicado a su profesión. Realmente un magnífico tipo. Y a pesar de que ya no está físicamente aquí con nosotros, sí tengo fe y sí creo que vive su espíritu y su ejemplo en tantos periodistas alrededor del mundo. Y es ese espíritu el que buscamos los miembros del jurado al entregar el premio Miguel Gil de Periodismo. Es nuestra manera de asegurar que la llama sigue encendida.

Muchas gracias.

[+] Parte del trabajo de Walter Astrada:

- Cobertura de violencia en Madagascar. 2009

- La violación como arma de guerra en la República Democrática del Congo. 2009

- Kenia, violencia post electoral. 2007.

- Violencia contra las mujeres en Guatemala. 2006