17.3.10

Insensatez

Me gusta Horacio Castellanos Moya. Nada voy a decir del escritor, ni siquiera de su libro. Esta noche me he aliado con lo poquísimo del día buscando luces por el patio. El libro lo he dejado sobre la cama. La luna está llena en su destello, como cubierta por vírgulas de polvo. Las agujas del reloj caminan rumbo a la medianoche.


Desde el patio sólo llega el maullido del gato de Violeta, la vecina viuda. Su marido murió hace cinco días de un infarto antes de volver al suelo triturado por el aeroplano que pilotaba. Igual era un ultraligero, no lo sé. Si sé que los vecinos y la gente del portal escucharon el arrebato por cada rincón del edificio. Por las ventanas y por el patio, como en una chimenea, entró el torrente de voz. Yo la observaba recostado en la terraza. Ella seguía con el corazón dándole tumbos, sentada en la cocina y las manos sobre la frente. Era estremecedor. Gritaba como una mujer que se queda viuda de ese modo. Una mujer cuya mitad se hace vacío en una cierta forma de prólogo antropológico, un prólogo mitad especie humana y mitad máquina. Su marido muerto, aplastado contra el terreno y el corazón licuado por el olvido que no impulsa el latir de nuevo. Un marido, por cierto, que leía Blade Runner cuatro o cinco veces al año. Un tornero que sabía sin pestañear, por una extraordinaria capacidad, pasajes enteros de la novela. Un piloto que reproducía diálogos para regar a su vez la melancolía de las calles y limpiar las tediosas conversaciones de hoy. Un hombre, al fin y al cabo, que dibujaba interrogantes en cada servilleta de la cajita de aluminio, preocupado siempre por el origen -o los orígenes- y el futuro del «ser humano». O tal vez más interesado por las teorías transformistas de Darwin, como le gustaba definir. «¿Por qué coño la gente piensa que es evolución? No tienen ni puta idea» decía al aire, contrariado, interpelando sin respuesta al camarero del bar Náutico antes de que acabara la música y empezara el baile.

Al terminar el cigarrillo he jugado a rozarme con los dedos el perfil abstracto de mi dentadura. Insuficiente, siempre, como una vida. Como la del marido de Violeta, pensaba que así de intermitente y tonta es la muerte de un ser humano.

Y el libro Insensatez de Horacio Castellanos Moya está lleno de ellas.

3 comentarios:

Carmen López dijo...

El mundo está lleno de mujeres que se quedan viudas de esa manera, y de madres que se quedan sin hijos de esa manera, de gritos desgarradores al aire, de escenas sobrecogedoras.
Nada más absurdo que nacer para morir, al tiempo nada tan completo, tan perfecto, con su principio y su fin. Tan incierto el nacer como tan cierto el morir.
Insensatez de la Naturaleza.
En fin...

jorge dijo...

No creo que sea absurdo el hecho de nacer para luego tener que morir. Es quizás que me rebelo contra la idea del 'superhombre', el Hombre que sin apoyo alguno se hizo a sí mismo. Creo que (a pesar de las dudas que arrastro) esa es una de las tentaciones de nuestro tiempo, e inexorablemente conducen al sin-sentido, a la insensatez. A lo largo de la vida pocas veces alcanzaremos respuesta a estas preguntas, pero al menos tenemos la oportunidad de renovarlas en el intento.

Creo en el sentido de la vida, el del ser humano, su naturaleza y la Naturaleza. La insensatez (siendo igual demasiado atrevido) es hija del Hombre.

Esperanza, esperanza...

Un saludo afectuoso

supersalvajuan dijo...

Me apunto a esa insensatez.

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